Discord
Chapter 53: El inicio del fin 5
Previous Chapter Next ChapterLo que antes era tierra se convertía en un líquido que cedía ante el peso de los ponis, salvo los pegasos que pudieron volar a tiempo, lo que al principio solamente parecía lodo se transformó rápidamente en agua cristalina, la profundidad de la misma era tan grande que las aguas se transformaban en negras por la falta de luz. Discord caminaba tranquilamente por la superficie, observaba a su maestro levitando en el aire y sobrecargando su cuerpo de magia nuevamente, sus intenciones desde luego no eran para nada inofensivas. Impresionada por la magia del Draconequus, Luna solamente podía ver cómo la tierra de al menos cien metros a la redonda compartía aquel curioso hechizo que desde luego era desconocido para los ponis. A juzgar por la mirada de su antiguo maestro, la princesa de la noche pudo percibir el asombro que tenía por la capacidad de la magia del Draconequus ¿Cómo era posible tal desempeño de la magia?
Los latidos del barbado se incrementaban, la energía producía un aura azul intensa, sus ojos volvían a brillar, las sobrecargas le daban la capacidad de incrementar el poder que podía tener su magia, sin embargo su cuerpo también se fatigaba con el uso indiscriminado de aquel recurso temporal. Cada hechizo debía ser bien elegido, cada uso de su energía debía ser sabio; no tenía sentido cambiar la constitución del piso; los demás unicornios se encargarían de volver a poner el sol; su único objetivo era enfrentarse al que había sido su estudiante, es decir, poner todos sus recursos en eliminarlo o al menos quitarle la capacidad para luchar, mas existía un detalle que hacía todo más difícil: su oponente sabía de antemano la mayoría de sus trucos, mientras él no sabía casi nada de él; su magia, así como su forma de ser habían cambiado de forma drástica.
- Vamos maestro, estoy seguro que a usted le encantaría patinar sobre hielo – Acto seguido los cascos del barbado se vieron calzando patines de hielo, sobre el agua que ya se había vuelto hielo, atrapando así a todos los que se hubiesen hallado dentro en las profundidades de aquella profundo depósito de agua en una prisión que tenía oxígeno limitado.
Sin entender exactamente cómo realizar cualquier acción con aquellos atuendos, el hechicero tuvo que transportarse lejos de la pista de hielo, seguido del Draconequus que bailaba con soltura a través de hechizos que le tenían como blanco, desviando con su presencia las balas de las armas que lo atacaban, transportando una bala de cañón a su origen sobre el muro.
Un bloque completo de hielo proveniente del mismo lugar donde el Draconequus patinó hace solo instantes se alzó en lo alto, sin dar tiempo a reacción por parte de los unicornios, sus doce a veinte metros de alto se tambalearon hasta caer, evitando que un escorpión del tamaño de cinco ponis fuera liquidado y logrando que este a su vez utilizara la distracción de sus oponentes terrestres para utilizar sus poderosas tijeras y atraparlos, su aguijón no tardó en clavarse en sus cuerpos. A la distancia, una tirano planta se batía contra tres pegasos y un unicornio, en sus fauces llevaba una capucha desmenuzada, prueba de su más reciente comida.
Se podía escuchar los cañonazos a lo lejos, seguramente la ofensiva contra la planta gigantesca se encontraba en sus momentos más atroz. Los pisos se hicieron de jabón, las construcciones comenzaban a flotar con todo y porciones de tierra, el sol nuevamente descendía, abriendo paso a la luna; de los agujeros en la superficie de hielo salían peces volando, las nubes rosas se acumulaban. El Draconequus se divertía con todo aquel caos. Su magia comenzaba a invadirlo todo, incluso las mismas espadas se convertían en serpientes de metal que apresaban la boca de sus poseedores, los cuernos de vario unicornios sin una preparación en el nivel superior de la magia se convertían en extremidades flojas y superfluas, incapaces de conjurar hechizo alguno. Finalmente, incluso la capa del barbado comenzaba a cobrar vida. Ante semejante adversidad, poco peligrosa y al mismo tiempo completamente alocada, el unicornio no sabía cómo reaccionar, Ciel conjuraba hechizo tras hechizo, primeramente para devolver aquellas aguas a tierra, para desencantar las construcciones que de un momento al otro tenían a caer, aplastando equipo, ponis y otras construcciones de defensa. El señor del caos sonreía de oreja a oreja, mostrando un gusto especial por el estado anonadado en el cual dejaba a todos sus rivales que pese a que se incrementaban en número, no podían lidiar con todo el caos que su presencia generaba en el lugar.
Las rocas que caían del muro, se convertían en criaturas de piedra, sin voluntad propia, Discord desde luego las controlaba al mismo tiempo que mantenía su baile con Star Swirl, la mirada de ambos se cruzó, el barbado ya había superado el estado de conmoción en el cual la magia de su aprendiz le había dejado, semejantes capacidades tenían el potencial de ser tan legendarias como la dificultad de comprender la constitución física del Draconequus y sin embargo, lograban ser tan fascinantes que a duras penas podía estar al tanto de todas las movidas del Draconequus.
Unas garrar cadavéricas salieron de la tierra, poco antes de que el de ojos rojos hiciera un salto triple, es decir, saltaba y de algún modo saltaba nuevamente en el aire sin mover sus alas un solo instante. Poco antes de que diera un cuarto salto atraparon a la criatura poco definida en especie, la fuerza de todos y cada uno de los dedos de aquellas garras fue suficiente para quitarle el aire. Un círculo se dibujó de forma rápida en el piso donde el barbado se hallaba, su cuerno brillaba, mientras el aire a su alrededor se coloreaba de un rojo intenso, un despliegue de hechizos prohibidos por la academia y temidos por los mismos magos menospreciados por la moral de los hechiceros comenzaba a mostrar sus capacidades.
El rayo de energía negativa, en especial el conjurado por Star Swirl era el equivalente a cualquier maleficio de muerte, pero sin tanta formalidad, sin sufrimiento, una vez utilizado podía acabar con casi cualquier vida, salvo algunas especies de dragones e hidras. Una línea blanca se dibujó en dirección al señor del caos, siguiendo el camino trazado por esta, una descarga de energía negativa, contenida en todo aquella ráfaga hizo que el Draconequus abriera los ojos de par en par.
Inmovilizado hasta las patas, difícilmente podía concentrarse solamente en evitar el golpe mortal que le era enviado, finalmente, tuvo que desconcentrarse y dejar de dar órdenes a sus creaciones, para chasquear dos mechones de pelo de su cola, para poner su magia en acción como contrahechizo; la energía de la ráfaga entonces se tornó indefinida, con tal velocidad que a pocas milésimas de segundo de tocar el cuerpo del señor del caos, esta simplemente perdió toda potencia, toda capacidad para realizar la tarea que el hechicero hubiese deseado. Lo que llegó fue simplemente una ráfaga de energía gris que no hizo nada más que ser absorbida por el cuerpo del Draconequus.
- Usted siempre se quejaba de jugar sucio. – recriminó el de ojos rojos en señal de protesta, poco antes de que las garras que los sostenían se volviesen palomitas de maíz con alas que se echaron a volar como si fueran palomas de verdad.
- Es que tú siempre lo hacías mal. – Contestó hábilmente el barbado mientras comenzaba a galopar alrededor del señor del caos.
Por su lado, Ciel también galopaba para poder sincronizar su ataque con el del principal contendiente de la criatura de aspecto poco agradable para los ponis; sus pasos tenían que confundir al señor del caos, en su galope, lanzaban varios hechizos, que desde luego, Discord revertía, convertía, retorcía, incluso comía. Sus habilidades para el combate siempre fueron las peores. Recordaba Celestia, aquella criatura siempre ganaba por agotamiento. En sus muchos enfrentamientos contra él, ella y su hermana siempre quedaban completamente agotadas antes de que este siquiera comenzara a mostrar sus hechizos, se dejaba lastimar solamente para darles el gusto y esperanzarse en que por fin lo estaban logrando, solamente para sorprenderlas con un truco bajo la manga.
En aquel caso, las cosas no eran muy distintas, el Draconequus comenzaba a recibir varias descargas de energía, un hechizo de muerte y putrefacción, otro de conversión, uno de inmolación, otro de purga. Continuamente, los hechizos que no lograba esquivar se iban acumulando, causando daños que ya no podía soportar, levantando sus alas, se elevó en el aire. Por tonto que pareciese, no sabía exactamente lo que su magia haría en aquellos casos, es decir, hasta cierto punto le obedecía, pero nunca sabía qué haría para hacerlo, su energía simplemente fluía, se convertía y de una forma u otra cumplía con el cometido. Sencilla era la causa por la cual no podría confrontarse de forma mágica con aquellos dos unicornios, con los veinte soldados pegaso que llegaban para apoyar al barbado, contra los cañones de los ponis terrestres: y es que no podía pensar en una acción con deseos de ira solamente, debía obligarse a sentir afecto y deprecio al mismo tiempo, de forma indefinida y sin un objeto en realidad, en otras palabras, enfrentarlos era enfrentarse a sí mismo, pues en el momento en el que se alejase de toda aquella forma caótica de hacer magia, sería el instante en el que no la controlaría y no sabía cuan terrible podría ser todo aquello.
En su acenso al cielo, recibió un impacto ligero de bala, una estocada en su pata de reptil y un golpe de coz por parte de un pegaso lo suficientemente osado como para atacarlo de frente, en aquel estado su desesperación e hacía obvia para todos los presentes, de hecho ya ni se defendía como lo habría hecho anteriormente.
El Draconequus tuvo que verse obligado a chasquear los dedos para hacer que el la lluvia de leche de chocolate iniciara, alarmando a los pegasos casi de inmediato, mas aquel pequeño detalle no logró quitarles de la cabeza aquel instinto asesino con el cual miraban a su oponente, tampoco tenían por qué pararlo, él había destruido su hogar, les había hecho daño, les había humillado, allí era cuestión de vida o muerte, así es: recuperar lo perdido o morir en el intento.
La criatura de piedra volvió a conformarse, para dirigirse rápidamente a Ciel, uno de sus golpes sería suficiente para quitarla del camino, pero con una velocidad sorprendente, la hoja de una espada imbuida con magia de purga fue a asestar en el corazón de la criatura, con toda la energía de un pegaso que terminó con su existencia, toda la magia que lo mantenía animado se fue, volviendo a ser un conjunto de piedras. ¡Lo estaba logrando! Celestia ya comenzaba a olvidar la situación que sus ojos veían, comenzaba a sentirse esperanzada por un final que desde luego, la historia hasta el presente contradecía. Discord comenzaba a debilitarse, presa de los innumerables ataques, hechizos, disparos, su magia comenzaba a hacerse inútil ante tantos ataques, la bala que se le quedó incrustada en su brazo salía expulsada de su nariz, una bala de cañón paso por centímetros arriba de sus cuernos, estos se doblaron como si estuvieran hechos de hule para evitar el terrible impacto. Star Swirl conjuraba nuevamente un hechizo prohibido.
El piso donde Discord estaba parado comenzó a desprender luz, una cantidad inusual de energía positiva se alzó por todo el diámetro de aquel pequeño círculo, el brillo era tal que apenas si se podía ver una sombra dentro de toda aquella sobreacumulación de energía generaba. El Draconequus desde luego seguía de pie, tambaleándose de lugar en lugar, sus energías se debilitaban a cada segundo. Hasta que de pronto, chaqueó los dedos, para que más criaturas plantas se aparecieran.
Agitanado la cabeza, volteó la mirada a Ciel, de inmediato un hechizo de transportación fue efectuado por el de ojos rojos, sin ningún tipo de aviso.
- Acepta este humilde obsequio, querida. – Enunció el Draconequus poco antes de poner una de sus garras sobre la cabeza de la hechicera, aquella magia asquerosa que el caótico ser poseía de inmediato realizó un hechizo imposible. Todas sus heridas, todos los daños que había recibido su cuerpo, fueron transferidos al de la unicornio, poco después, antes de que esta sintiera sus efectos, tomó su cuerno, para arrancarlo como si de un pedazo de galleta se tratase.
Aquella masa ósea, llena de nervios y hueso, además de otros elementos biológicos para el uso de la magia se vieron cortados con la mayor facilidad posible, al sostenerlo en sus manos, el señor del caos transformó dicha extremidad, importantísima para cualquier unicornio, en un ramo de cinco rosas, tres de color rojo, una de color azul y otra blanca. Sin más intermedios, el Draconequus las lanzó en dirección a su maestro, quien de inmediato incineró con un hechizo tres; quedando una roja y otra blanca. En pleno viaje, las rosas adquirieron una forma similar a las de las tirano plantas, solo que con el color respectivo de sus pétalos además de que la criatura blanca tenía un botón a punto de abrirse en la espalda y la roja una boca con lianas que se movían para tratar de capturar a su presa y transportarla a una serie afilada de dientes gruesos y poderosos. La lluvia de chocolate arreciaba, extrañamente, todavía existían grandes espacios en el cielo desde donde los rayos del sol podían entrar. Lenta, pero progresivamente, el sol y la luna, con sus respectivos ciclos se aceleraban, el sol se asomaba cada cinco minutos, para ser reemplazada por la luna y esta a su vez ya tenía cuatro minutos con cuarenta segundos para bajar.
Aquella sensación de no poseer el control sobre el clima y sobre el día o la noche, lograban ingresar dentro del consciente de los pegasos y unicornios, quienes tenían un impulso natural a tratar de cambiar dichos fenómenos.
Discord por su parte disfrutaba de la exquisita expresión de la unicornio, las últimas balas que el Draconequus se había dejado pasar de sus extrañas defensas estaban ahora en el cuerpo de Ciel, sus ojos llenos de lágrimas, de ira, dolor y frustración se posaban en los de Discord, este en cambio observaba con burla y con un sentido del humor incomprensible a su rival, finalmente ella dejaba de estorbar, probablemente no moriría, pero tampoco sería una molestia.
Un vacío se formó en el pecho del señor del caos, este percibiendo el hechizo de forma automática se levantó en vuelo, para evitar una explosión de magia, ciertamente aquel hechizo era poco conocido y extremadamente difícil de realizar; Star Swirl estaba utilizando su mejor repertorio, lo mínimo que podría hacer era devolverle el favor, así que utilizando un chasquido, un tornado se apareció a pocos metros de la muralla, para entretener a los pegasos y para ahuyentar a los terrestres. En pocos segundos, un vaso con leche chocolatada se llenó para pasar al paladar del señor del caos, con vaso y todo que se desvaneció junto con el líquido que contenía.
Sus alas extendidas mostraban su tamaño frente al maestro, pero este a su vez comenzaba a sobre acumular energía mágica en su cuerpo. El siguiente hechizo sería bastante potente, así que el Draconequus debía mantenerse a la expectativa y dar expectativa, Star Swirl no sabía dónde sería el siguiente golpe del Draconequus, de momento, el campo ya estaba transformado a su antojo, las criaturas planta entretenían a la mayoría de las fuerzas, incluso las tirano rosas, con pétalos por todo su cuerpo se habían separado, para dirigir sus ataques a los demás contendientes de Green Field.
Black Feather a lo lejos se batía con criaturas que los superaban en fuerza pero no en astucia, su habilidad con la espada, combinada con el encanto de Ciel en ella eran efectivos para respaldar a la hechicera de los ataques de las criaturas planta, protegerla tenía diferentes connotaciones, desde el apoyo contra Discord hasta la devolución de un favor anterior, la unicornio le había salvado la vida dos veces, lo menos que podía hacer era protegerla contra el Draconequus, su estado sin embargo era realmente lamentable, sin su cuerno su poder se acababa, las pociones de curación tenían un tiempo largo para funcionar y la magia curativa era imposible con Discord cerca.
- Te sacaré de aquí. – Dijo el pegaso mientras tomaba a la yegua sobre su lomo, abriendo las alas, para después echarse a volar.
Discord mostraba finalmente la magia del caos, sus poderes eran de distinta índole, todos usados de forma poco estratégica, sí invertía la gravedad, les ponía narices de payaso a los guerreros, si levantaba muros de fuego eran para hornear pasteles que después eran arrojados a los rostros de los combatientes; sin embargo, así como se realizaban acciones satíricas, ridículas, también se llevaban a cabo hechizos completamente enloquecedores, dichos conjuros eran desconocidos, imparables, rompían con toda la tradición mágica, con las leyes que parecían regir el mundo.
Varias porciones de tierra comenzaban a flotar, para quemarse casi instantáneamente alrededor el señor del caos, mariposas salían de su cuerpo, al posarse sobre la piel de los ponis, hacían de las pequeñas secciones donde se hallaban se convirtieran en carne pútrida, proceso indoloro, pero increíblemente perturbador vivieron casi todos los guerreros alrededor del combate principal. Star Swirl trataba de contrarrestar cada uno de aquellos conjuros, hechizos y maleficios, pero la magia de Discord era tan caótica que estos se generaban de forma aleatoria y por un lapso de tiempo corto o largo; Discord solamente esquivaba algunos de los hechizos que le eran enviados de distintas zonas, transportaba constantemente más y más criaturas para que lo ayudaran con los unicornios que ya conjuraban maleficios de magia negra, aquellos que fácilmente podrían acabar con su vida, era un ser viviente después de todo, aquellos hechizos también podrían eliminarlo o cuanto menos hacerle una gran cantidad de daño.
Rayos de color negro con bordes violeta y verde informaban del uso de dichos maleficios, los ojos de varios unicornios desprendían un humo negro, aquello fue el signo definitivo de la magia que habían decidido usar, esta era más fácil de controlar en momentos como aquellos, pocos eran los que utilizaban la energía positiva para realizar hechizos de captura, transmutación o simplemente aturdimiento.
La luz que despedía el cuerpo del barbado era temporal, así como la sobreacumulación de energía en su cuerpo, mas su cansancio se hacía evidente su cuerpo viejo se veía presa del desgaste del tiempo, sujeto a aquel detalle, aun así se mantenía erguido, enfrentando al Draconequus con todos su hechizos, desde los más populares hasta los más desconocidos y reservados. Varias piedras incendiándose fueron disparadas desde el piso; Discord tuvo que evitarlas, pues haciendo una deducción rápida, aquel fuego era mágico, en otras palabras, quemaría cualquier cosa con la que tuviese contacto, salvo el agua.
Los principales medios de ataque del barbado eran los hechizos desconocidos por el de ojos rojos, que se las arreglaba para evitar sus feroces consecuencias; sin embargo, de un momento a otro, dejó de esquivar, evadir y resistir los diferentes ataques, para comenzar a transportarse de lugar en lugar, utilizando una de sus garras para cortar los cuernos de varios unicornios, sus garras se convertían en jaulas gigantescas con las cuales atrapaba a los pegasos en pleno vuelo. Aquella protección de la magia del caos de la cual se rodeaba evitaba que una gran mayoría de los hechizos fuese efectivo, tanto las que iban dirigidos contra él como los que iban dirigidos a sus criaturas y a los mismos ponis.
Red desde su posición defendía, atacaba y contrarrestaba hasta donde podía las diferentes vicisitudes que originaba aquella magia tan descabellada que el Draconequus utilizaba, su cabeza no podía comprender ni una cuarta parte de los hechizos conjuntos que realizaba, un simple hechizos de crecimiento era a la vez uno de transmutación, duplicación y transportación; un maleficio de decrecimiento se transformaba en uno de enfermedad y este a su vez convulsionaba en uno de deformidad y posteriormente en una enmendación de follaje en vez de crin en la cabeza de un poni. Horrible era ver como un pegaso caía en picada debido a que sus patas se transformaron en dos masas grandes de metal o sus alas se fueron volando, desprendiéndose de su cuerpo a quién sabe dónde. Era imposible ver cómo el Draconequus daba una batalla como nunca antes se había visto.
Celestia era consciente que el método del señor del caos usaba para combatir con magia distaba de ser un ataque colosal contra la integridad física de su oponente, no; sus ataques iban dirigidos contra múltiples puntos, no solamente trataba de dañar el cuerpo de su oponente, sino de burlarse de él, controlar sus emociones hacerlo enfurecer hasta perder los estribos atemorizarlo hasta enloquecerlo, convencerle de la poca seriedad de su ataque, fingir puntos ciegos, fingir lesiones o incluso el cansancio. Todo aquello y más eran parte de las movidas que el de ojos rojos efectuaba, la falta de una estrategia definitiva a seguir hacían de aquel combate algo que difícilmente se podría catalogar como carnicería, como una contienda reñida o simplemente brutal; en una transportación, sobre el tejado de una de las torres, donde el barbado no tardó en aparecer, el señor del caos dejó de prestar atención al combate que se realizaba en todo Green Field, para hacer una pausa y tomar un vaso de leche chocolatada.
- Vamos, estoy cansado, creo que necesito un par de segunditos. – Explicó el Draconequus mientras chasqueaba sus dedos para que el cuerpo del barbado se viera aprisionado por unas cadenas que se movieron cual serpientes para envolver con su cuerpo metálico la equinidad del hechicero.
Desde luego, Star Swirl trató de zafarse de la prisión de hierro que su ex estudiante había ideado, en menos de tres segundos, convirtió las cadenas en una serie de flores unidas por los tallos, para después romperlas, liberándose así de sus amarres. Sin embargo, la inclinación de la torre hizo que el viejo unicornio resbalara hasta casi caer, una transportación lo salvó de lanzarse al precipicio.
- Tú ¿Acaso eres tan débil de carácter para desdeñar todo aquello que alguna vez juraste proteger y seguir solo porque no fuiste capaz de pagar el precio de la causa?– La ira de la voz del barbado no se podía negar, sus palabras llenas de indignación, de furia y de decepción finalmente salían a la luz, encontrándose con un gesto de diversión en su aprendiz.
- ¿Cuántas veces quiere repetir esta conversación? Yo soy Discord, el señor del caos…
Los astros subían y bajaban cada vez más rápido, la obscuridad abría paso a la luz cada minuto y el tiempo bajaba constantemente, las nubes rosas comenzaban a formarse, las diferentes vicisitudes en el campo se mostraban en todo su esplendor, desde aquel acceso a un charco de agua tan profundo que parecía llegar al corazón mismo de la tierra, hasta la planta del anillo central que se podía ver desde aquella posición, el fuego se extendía por sus gigantescas raíces que sin embargo continuaban brindando de material para la vida y la creación de sus vástagos. Los lugares donde había combatido con el señor del caos hasta ese momento también comenzaban a deformarse, se convertían en campos infértiles, hasta porquerizas llenas de un lodo negro, pegajoso y maloliente. Los postes de luz farolas, columnas y varias construcciones se doblaban hasta llegar al piso, como si de hojas de papel se trataran. Calles enteras comenzaban a flotar en el aire para eventualmente estrellarse contra alguna parte de la ciudad o los muros, la cantidad de víctimas ascendía de forma alarmante y allí estaba el causante de todo aquello. En su persecución, Celestia también observaba con odio al señor del caos que observaba atento todo el caos que su magia causaba, los gritos, el fuego, el miedo; todo aquello parecía alimentar algo dentro de él, algo perturbador, desquiciante y perverso.
- Entonces ¿Por qué nos atacas a nosotros? ¿Por qué tienes tanta sed de venganza?
Las carcajadas del Draconequus se hicieron escuchar mientras este volteaba para ver con sus ojos salidos de sus órbitas a su viejo maestro que así como Celestia vio finalmente a un monstruo irracional, cruel e incomprensible de aquel par de ojos amarillos con iris rojas. Su sonrisa de satisfacción se extendía por su rostro.
- Esto cada vez se parece más a una novela; yo soy buen actor, pero en fin. Digamos que he enfrentado al orden por siglos, en diferentes historias, en diferentes ciclos y siempre sucedió lo mismo. El caos transforma o destruye el orden, de sus cenizas surgirá el siguiente orden, se repetirá ciclo tras ciclo, civilización tras civilización.
Aquellas palabras quedarían grabadas en la psique del barbado desde su posición sus ojos se tornaban en los ojos de un enemigo que todavía no podía comprender a su antagonista ¿Repetirse? ¿Orden, caos? Todo aquello no tenía un sentido, simplemente porque era una estupidez hablar de todo aquello. Y peor aún, semejante estupidez era repetida por su alumno en plena batalla.
- Míralo viejo ridículo, tú has protegido el orden que Gold Mane te impuso durante décadas y décadas, ahora defiendes el orden que Cookie puso al frente gracias a las desgracias de sus enemigos; eres un peón más en un tablero al que no quiere entrar. Y todo porque, ¿por el bienestar de unos ponis que te olvidarán a la primera oportunidad? – Un poni de madera se formaba en la pata del Draconequus, quien lo moldeaba como si de plastilina se tratase – o será acaso porque te has propuesto defender lo bueno, lo correcto y lo justo, pero eso también es defender un orden. Míralos, no son mejores a sus antecesores, no son mejores a la peor basura que han engendrado. Son nobles solamente porque están obligados a serlo, son leales porque esperan una espada que los ayude en esta guerra, son generosos porque prefieren dar todo su oro antes de perder su vida, son amables porque necesitan hacer sentir bien al de al lado para que luche junto con ellos, son honestos hasta donde pueden serlo para pactar con sus enemigos y vencerme a mí. Y son graciosos porque creen que realmente son lo que dicen ser.
Los ojos del barbado se posaban con asombro en las palabras del Draconequus, sus movimientos con aquella masa de madera moldeable eran extravagantes, la representación del cuerpo del poni hacía todas las acciones que el Draconequus, pero en las palabras finales se derritió en su garra, para llegar al tejado e incendiarlo. El fuego hacía todavía más intimidante la expresión de Discord, que ahora continuaba con su exposición.
- Pero… puede que esté equivocado, eso lo veremos dentro de poco tiempo ¿verdad maestro? – Aclaró el Draconequus poco antes de arrojar su vaso de cristal al barbado, quien intuyó de forma rápida el peligro.
Utilizando un campo de energía el barbado pudo salvarse de una explosión causada por el vaso de cristal; sus ojos se abrieron lo más rápido que pudieron, para solamente encontrar la ausencia del señor del caos, que ya se había transportado. Debía hallarlo para confrontarlo, realmente estaba mal de la cabeza, locuras semejantes solamente podía decirlas alguien que había sufrido lo que Discord sufrió, su vida, todo había sido un error y ahora los ponis deberían darle un final a tan patética existencia. Celestia pensaba todo aquello, alejándose de la realidad, comparando a aquel Discord con el Discord que conoció durante los últimos meses, las últimas semanas. Acaso sería la soledad lo que causó todo aquello, la falta de un amor, la falta de bondad en el mundo finalmente pudieron con un corazón tan blando, tan frágil y tan puro como lo era el de aquel pequeño Draconequus que ingresó en la biblioteca de Iron Mane decenas de años atrás.
La mirada de ambos contendientes se cruzó, el tejado comenzaba a convertirse en mantequilla derretida, caliente y resbalosa; los cascos del barbado, junto con todo su cuerpo comenzaron a bajar lentamente a causa de la nueva constitución de las tejas.
- …En qué te has convertido… - Fueron las últimas palabras que el hechicero dijo poco antes de lanzar un rayo directamente al cuerpo del Draconequus, quien no esperaba el golpe.
Luna se hallaba corriendo junto a varios de los ponis terrestres, al interior del segundo anillo, las barreras de hierro fuertemente reforzadas eran abiertas de par en par, dentro se hallaban unas barricadas menos equipadas que las primeras, las diferentes oleadas eran frenadas con la poderosa artillería y los conjuros de los unicornios, los pegasos se encargaban de eliminar a las criaturas de mayor tamaño que tenían un número reducido, mientras que los ponis terrestres eliminaban a las medianas y pequeñas que quedaban después de las primeras defensas, su número sobrepasaba aun después de verse reducido a la cantidad de soldados terrestres que estaban defendiendo los accesos.
Era cuestión de que solamente una de las entradas flaquee, caiga en manos de sus enemigos, para que aquellas criaturas pasaran al segundo anillo, si lo lograban, no tardarían en lanzarse a las demás entradas, liberando todos los accesos y conquistando así Green Field desde el centro hasta el exterior, imbuidos del temor, del valor y de distintas emociones, los soldados daban sus mejores ataques, ofrecían sus vidas para asegurar el bienestar de Equestria, de sus familiares, de sus amigos, de todo lo que conocían y amaban.
Las balas de cañón terminaban con unas criaturas con seis patas de elefantes, dos pares de extremidades parecidas a los brazos de los minotauros, una cabeza llena de espinos con pétalos rojos a los lados y una boca minúscula en comparación con su tamaño, más su primeros brazos se parecían a guadañas gigantescas, mientras que el segundo par, con mayor tejido, terminaban en arras poderosas que fácilmente comprimían a los ponis hasta romperles todos los huesos del tronco. Una de esas criaturas estaba ya demasiado cerca del acceso, cuando este se cerró; un alivio temporal, pero sus brazos tomaron las rejas de acero sólido y comenzaron a hacer fuerza, el alcance de la artillería no podía ser tan inferior, los disparos de las carabinas tampoco lograban causarle algún tipo de daño.
Un pegaso de pelaje gris, con ayuda de su escolta esquivó el ataque de algunas criaturas voladoras hechas de planta, una masa de esporas y algunos proyectiles que la criatura le lanzó desde varios orificios en su cabeza, dando un giro en el aire, soltó una de las bombas incendiarias sobre la criatura, ni bien esta dio de lleno en su cabeza, todo el líquido inflamable se derramó sobre su cuerpo y de inmediato se prendió en llamas, desde luego la monstruosa creación comenzó a desfallecer, a moverse de forma desesperada; hasta que finalmente el fuego consumió su cuerpo de tal manera que el funcionamiento del mismo se vio frenado.
Semejante poderío era cuestionado por criaturas que no entendían el significado del terror, de la rendición, obstinadamente, todas ellas se trasladaban para atacar a sus objetivos equinos, desde las criaturas monstruosas como aquella hasta las simples emulaciones de ratas mejoradas que eran las más pequeñas que se podían encontrar, los escudos de magia se hallaban ya casi completamente debilitados, varios de los puntos de defensa se veían en la obligación de retroceder así como el punto donde Luna se encontraba. Mas, los pegasos que bombardeaban a la planta primigenia, así como a las secundarias tenían sobre sus lomos la acción final, ellos eliminaban a las creadoras de aquel ejército sin voluntad propia que cumplía la voluntad de Discord.
Las esporas en el cielo ingresaban en los hocicos de los ponis, para crecer y evitar su respiración, para envenenarlos, para reducir su número, pero estos hábilmente batían sus alas para alejarlas, esquivaban a las criaturas planta voladoras, que no superaban el tamaño de un poni, así también combatían contra ellas cuando el pegaso atacado resultaba ser un escolta del pegaso bombardero.
Las llamas consumían la ciudad, el humo se alzaba por el aire de forma desmesurada, cuando la cada vez más corta noche llegaba, las llamas producidas por el bombardeo iluminaban todo el anillo central, el sonido llenaba toda la ciudad, retumbaba en todos los oídos, las criaturas de planta huían de forma audaz, se agrupaban, eran eliminadas con facilidad, pero su número parecía no tener fin, por toda la ciudad los cadáveres de aquellas criaturas estaban esparcidos, mostrando distintas señales de muerte. Pero nadie podía negar que la planta primigenia comenzaba a debilitarse cada vez más, su cuerpo que lograba combatir el fuego de alguna manera, se deterioraba, cambiando su color a uno café obscuro, verde ocre, y en algunas secciones negro, sus extremidades de retorcían, se resecaban, se quemaban, se desprendían. Sus alaridos de dolor eran acallados por las explosiones, sus intentos de eliminar a sus atacantes con sus tentáculos cada vez más delgados, eran constantemente frustrados por la espada de sus escoltas. La pérdida de líquidos era cada vez mayor, sus diferentes fuentes de alimentación eran eliminadas. Su vitalidad descendía alarmantemente y sus hijos trataban de ayudarla, trataban de consolarla, su dolor era el dolor de sus vástagos, su muerte era también la muerte de ellos. Su poca racionalidad le permitía sentir furia contra sus atacantes, la finalidad que su amo le había dado era eliminarlos y estaba fallando.
De las millones y millones de criaturas que se crearon en un lapso de tiempo demasiado corto como para creerlo, quedaban ya reducidas cantidades, sus progenitoras mayormente se encontraban muertas, incineradas o reutilizadas para volverse materia prima de otra planta progenitora. La lucha de aquellas criaturas era estimable, hasta valorable, pero no por ello dejaba de servir como herramienta del caos, una herramienta que Discord utilizaba a su antojo y que estaba a punto de perecer.
Ahora no tengo palabras que decir, más que nos leemos pronto.