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by Filomental

Chapter 47: El asentamiento del caos, 3

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El avance hacia el interior de la montaña, ahora era obligado, los soldados ponis no tenían otra salida más que morir cumpliendo su misión. En parte los impulsaba a superar obstáculos, grietas, grupos de chacales y escarabajos combinados, lentamente, los distintos grupos que quedaban, atravesaban una suerte de laberinto compuesto por paredes de roca, mitrita, grupos adversarios. Muchos que habían sido lo suficientemente hábiles como para mantenerse con vida, sorteando una ruta a veces poco deducible y generalmente a obscuras, lograban encontrarse con sus camaradas, componiendo así facciones cada vez más numerosas que podían superar a las patrullas enviadas, desde luego, la mitrita que corría por las paredes de la montaña a veces podía encerrarlos, también podía generar armas para los distintos defensores de la montaña, los cuales escapaban al ser heridos y procuraban no ingresar en combates de gran riesgo.

Delta y Aider eran los dos oficiales al mando que quedaban, junto a dos sargentos y un número reducido de la infantería enviada, algunos equinos de Looter se habían unido a la batalla, ayudados por las tropas de la división de Aider; cada rincón era una posible salida, una posible emboscada, cada aullido o sonido extraño era vigilado atentamente, incluso el aire parecía cambiar conforme se acercaban al corazón mismo de la montaña, extrañamente este se hacía más puro a medida que se acercaban.

Ambas princesas caminaban junto a uno de los últimos grupos reunido, tenía ponis de todos los equipos especializados, salvo de Weight, al parecer sus fuerzas fueron rápidamente aplastadas y debido a que el recuerdo interrumpió todo lo sucedido con ellos, las hermanas no podían sino suponer que habían tenido un destino no muy diferente a de los ponis en el acceso superior de la montaña. Una curva, otra más, el sonido de unos aullidos, así como de una boca jadeando para refrescar el calor excesivo que su cuerpo producía a causa del esfuerzo físico advertía la presencia de otra patrulla, era interesante que hasta ese entonces las bajas rivales habían sido extremadamente bajas, unos cuantos chacales, unas decenas de escarabajos y casi una centena de vulcanos de tamaño minúsculo, eliminar a estos últimos parecía ser tan fácil como aplastar a un gusano, pero ese era el error que la mayoría creía. Luna pudo apreciar de primera mano el ataque de los diminutos seres ígneos: esperaban a su víctima escondidas en alguna grieta o incluso sobre la armadura de vulcanita de sus aliados y llegado el momento, saltaban al cuerpo de sus enemigos, sus altas temperaturas derretían las armaduras en segundos y posteriormente, les permitían quemar sus cuerpos, dejando solamente carne chamuscada y una expresión de dolor. Mas, el número de los vulcanos que llegaron al tamaño gigantesco era muy inferior a los minúsculos y hasta ese entonces, los soldados terrestres todavía no se habían enfrentado a uno de ese tamaño, aunque llevaban consigo flechas de hielo, junto con ballestas para disparar los proyectiles congelantes; todavía no podían hallar la explicación de una producción tan grande de armamento, sobre todo cuando la fabricación de una flecha de hielo era complicada, pues se debía conseguir un núcleo mágico de hielo, conocida como esencia de invierno y que solamente se podía obtener en Cloudsdale.

- No se desanimen, estamos cerca, puedo presentirlo – Exclamaba Delta mientras sus cascos pisaban firmemente el piso frio.

Las palabras de aliento eran esenciales en momentos como aquellos, eran como una llama de fuego en un invierno, el rocío en un desierto, lograban que los corceles ignorasen sus heridas, su cansancio y continuaran adelante con la labor, la que bien sabían, era su última labor. En esos momentos cada uno luchaba por sus hijos, por su patria, por Equestria, por su rey, cualquier cosa que les sirviese de objeto de su lucha era bienvenido; la presencia de un ambiente cada vez más fresco, pero cálido, los estimulaba a continuar, ciertamente, las paredes del interior de la montaña lograban engañar a cualquier explorador solitario, las curvas, los callejones sin salida, las aberturas, fisuras y demás obstáculos causaban que se recorriese una distancia mucho mayor sorteándolos que simplemente caminar en línea recta y a fin de cuentas, ese era el propósito que la extraña arquitectura del interior poseía, pues teniendo a los vulcanos o la magia para diseñar el lugar de forma organizada, el Draconequus lo había transformado en un laberinto.

Pero todo aquello comenzó a pasar a segundo plano, cuando los ponis pudieron divisar un pasillo que se extendía hacia una luz roja tenue, superada por rayos de luz azul, verde, violeta, provenientes de hongos mágicos, plantados por todo el lugar.

- Tengan cuidado, no sabemos lo que nos puede esperar allí dentro – comenzó a susurrar el general Delta – tenemos una misión que completar, así que cuiden a los pocos miembros de la división F, quiero a los de la división S siguiendo de cerca a todos y cada uno de ellos. El resto debemos distraer a lo que sea que nos espera allí dentro. No tengan miedo, debemos hacer esto para proteger todo lo que amamos – terminaba de sentenciar finalmente, inspirando a todos los corceles que se hallaban en el lugar y ayudándose a sí mismo a continuar adelante.

De pronto, el metal comenzó a bajar nuevamente, formando gruesos barrotes de mitrita.

- Supongo que nos esperaban ¡Adelante! – Ordenó Aider, de inmediato todos los equinos comenzaron a galopar.

Siguiendo las instrucciones de Delta, los miembros de la división F ignoraron cualquier cosa que no fuese su objetivo: las columnas que sostenían toda la estructura de la montaña. Grande fue su sorpresa al hallar meramente ocho columnas, dos en forma de S, tres de gorma esférica, abombadas, otras dos en forma de pirámide invertida y uno hecho de mitrita pura, que constantemente cambiaba de forma, sin dejar de sostener el techo rocoso de la montaña. De la misma forma, los miembros que restaban de la división S siguieron de cerca a los especialistas en explosivos. Asombrándose por el tamaño que poseía el interior de la montaña, era lo suficientemente grande para que un ejército se encontrase allí.

Celestia observó atenta el lugar con mucha atención. El piso estaba recubierto por metal, hojas, madera, porcelana, vidrio, gemas preciosas, roca y un sinfín de materiales, predominando el metal vivo, la luz tenue, como había sospechado desde un inicio, provenía de la gema del alma, sus anillos de diferentes tamaños rotaban alrededor de este, recopilando grandes cantidades de magia para mantener el control sobre la mitrita. El lugar, completamente vacío de cualquier objeto precioso, salvo la gema, era poco llamativo; pues incluso los mismos soldados del ejército enemigo parecían haberse ido del lugar. Más divisiones comenzaron a salir de los diferentes laberintos incrementando aún más el número de los invasores.

Luna tardó en entender el porqué de una defensa poco feroz en las paredes de la montaña, la finalidad de las fuerzas de Discord no era precisamente eliminar al bando rival, sino capturarlo, al cansarlos con los diferentes laberintos, al ingresar en combates de corta duración donde no lo arriesgaban todo, lo que buscaban era mitigar sus fuerzas, posteriormente, para cuando llegasen al corazón ya no podrían poseer una resistencia tan férrea como al principio, incluso siendo ponis terrestres, extremadamente resistentes al esfuerzo físico, ellos también poseían sus limitaciones.

Un hecho inesperado comenzó a suscitarse; en el centro de todo aquel complejo deshabitado, existía una gema roja, con anillos rotando alrededor de esta y con una caracola del tamaño de un poni, esta caracola comenzó a emitir un sonido, una tonada que atrajo la atención de los ponis. Mientras la tonada continuaba, crispando los nervios de los ponis que comenzaban a acercarse al centro, el suspenso, la intriga los atraía; incluso la codicia de algunos por poseer una gema de aspecto tan valioso como la gema del alma los instaba a acercarse. Luna observó a todos los lados en busca de peligro que obviamente no podría advertir sin encontrarlo antes que los guerreros terrestres: izquierda, derecha… arriba, cuando alzó la vista, se percató de varios silenciosos y lentos movimientos que se daban en las paredes, aprovechando la obscuridad de estas hasta llegar cerca de un hongo mágico; la misma estrategia que los coleópteros utilizaron arriba. Luna maldijo dentro de sí, no podía advertir la clara emboscada.

La tonada continuaba invadiendo las paredes, manteniendo un ambiente de calma, tranquilizando inconscientemente a los ponis, que comenzaban a bajar la guardia. Andreia esperaba el momento oportuno, cuando el primero de los ponis se acercó lo suficiente como para tocar la caracola, los anillos se detuvieron, la tonada entonces, cambió del sonido de un arpa combinado con el sonido de una caja musical, a un órgano ensordecedor. La emboscada comenzó.

- ¡Tienen mucho por lo que pagar! – Pronunció Andreia a través de la caracola, dejando ver su furia en sus gritos perfectamente audibles.

El control mágico que poseía sobre la totalidad de la mitrita dentro de la montaña, permitía que la gema del alma pudiera configurar dicho metal a voluntad, en este caso, el piso que escondía los estantes y diferentes objetos importantes para Discord, también había sido utilizado para esconder a los chacales.

El metal del piso se dobló, se estrujó como el papel, abriendo el paso a un gran número de chacales, entre ellos Seti que llevaba pintado el rostro, debido a un ritual de guerra de Anugipto, sus congéneres también lo habían realizado mientras los ponis pasaban el laberinto, este consistía en una pintura turquesa sobre los párpados y sobre sus armaduras de oro con algunos adornos realizados por ellos mismos. Los ladridos y aullidos no se hicieron esperar, los ponis rápidamente comenzaron a tomar posiciones de batalla, muchos aun desenvainaban sus espadas.

Los kopesh de los chacales comenzaron a cruzarse con la de los ponis, pero lejos de agotar todas las reservas de soldados, llegado el momento preciso, Andreia habría otra abertura en el piso, para que grupos de cinco a diez chacales salieran directamente a tomar por sorpresa a quienes les daban la espada. Las bajas no se hicieron esperar, un chacal por allá al que su compañero no pudo ayudar con su espada, interfiriendo con la estocada de su oponente, un poni más al centro, a quien uno de los chacales enviados de repente atravesaba con su Kopesh, las lanzas largas eran esenciales. Lograban perforar el corazón de los ponis antes de que estos se dieran cuenta de que habían sido atacados y desde una distancia prudente.

Un último grupo que había atravesado el laberinto comenzó a galopar desde la entrada a la cueva. Sería un ataque por la espalda a los chacales y desde luego, eliminarían a una gran cantidad antes de recibir un contragolpe. La entrada se cerró con mitrita, pero eso no era lo único que Andreia podía hacer. Celestia observaba desde el inicio las acciones que Andreia realizaba con sus anillos, en realidad estos comenzaban a desprenderse de su centro de rotación, saliendo del pedazo de tierra esférico que se mantenía a flote con runas mágicas, saliendo de su lugar, los anillos continuaban dando vueltas alrededor de la gema del alma, que comenzaba a elevarse en el aire, rotando así alrededor de ella, le daban energía mágica para mantener la mitrita en movimiento, levitar y moverse sobre el campo de batalla. Este hecho impactó a los presentes, incluso a algunos chacales que agradecían la suerte de tener a criaturas como Iniar, Argos, Andreia e incluso a los Karis de su lado.

Semejante espectáculo no era de menos, varias placas de mitrita se desprendieron del piso, flotando libremente en el aire hasta llegar al espacio aéreo de Andreia, cambiando de forma según ella lo quisiese, muchas de ellas tomaban formas cuadradas cóncavas, con las cuales se cubría de flechas que eran disparadas, interceptándolas en el aire mucho antes de que representasen peligro alguno para la gema. Los grupos finales de chacales eran liberados y el metal, enviado al control de Andreia, quien los transformó en proyectiles afilados, parecidos a unas flechas, las cuales hizo levitar en el aire, para después impulsarlas en dirección a los ponis que estaban ya a decenas de metros de los chacales, la velocidad de estos no los hacía mortales, pero sí pudo detener a gran parte de los ponis, que retrocedieron para esquivar dichos proyectiles.

- Argos, es tiempo de que nos ayudes – decía la voz de la caracola.

El guardián del Draconequus salió desde las escabrosas alturas, junto con una gran cantidad de escarabajos que cayeron sobre los cuerpos de los ponis emboscados, llegando directamente a clavar sus cuchillas en los muslos de estos, para que el seccionamiento de algunos tendones y músculos los obligase a caer al piso, cuando esto tenía éxito, los chacales utilizaban sus anillos para colocarlos en burbujas de tiempo, evitando así una hemorragia incontrolable, cuando no tenía éxito, los escarabajos se bajaban de sus lomos lo más rápido que podían.

Cuando Argos tocó la tierra, muchos lo reconocieron, era casi tan legendario como Iniar entre las filas enemigas. Su cinturón de dragón comenzó a expulsar llamas prolongadas para hacer retroceder a las fuerzas de contragolpe, los chacales y los escarabajos eran más que suficientes para terminar con la resistencia de los ponis emboscados, su tarea era contener a los ponis que habían llegado a última hora, el guardián comenzó a utilizar la mitrita que estaba a su disposición, primeramente como maza, para alcanzar a dos ponis a la distancia, después un martillo para arrojarlo a las costillas de otro, retrocediendo unos pasos para evitar las estocadas de sus numerosos adversarios. Andreia utilizaba la mitrita para levantar muros y así evitar que las tropas enemigas lograsen pasar una línea imaginaria que esta tenía. Controlando el campo solo, no podría conseguir mucho, de hecho dos flechas de hielo habían pasado su defensa con placas de mitrita, afortunadamente ella pudo percatarse de ello en último segundo, levitando hacia otra parte y escapando así del ataque que podría haber sido mortal.

Los escarabajos se distribuyeron para brindar apoyo a los chacales y para ir tras los soldados de la división F, los primeros lograban buenos resultados debido a una cooperación con los cánidos, los segundos debían esforzarse más, esquivando lanzamientos de explosivos de mínimo daño, pero que lograba matarlos, de la misma forma debían entrar en combate con los grupos de defensa que dichos soldados poseían.

Argos debía retroceder cada vez más, pese a la ayuda que Andreia le prestaba elevando muros para contener oleadas de ataques, así como el levantamiento de mitrita en forma de placa para salvarlo de una estocada desapercibida, muchas veces incluso ella le brindó un arma, el uso de sus artefactos le proveía de una ventaja sobre todos sus oponentes. Cuando utilizó por segunda vez su cinturón de dragón, quemó a un estimado de quince ponis sin mucha dificultad, su piel y sus músculos estaban hechos un desastre.

En plena lucha, muchos chacales se percataron de los intentos de Argos y Andreia por mantener al ejército recién llegado a raya, por ello no dudaban en ir en grupos reducidos de tres al nuevo frente armados con sus kopesh, escudos y lanzas. Apoyar a ambos, era apoyarse a sí mismos. La diferencia era clara, Argos, aun con la gran ayuda de Andreia no lograría afrontar a los cientos de ponis que se le acercaban, cuando mucho podría eliminar a veinte antes de recibir estocadas, coces y golpes de diferentes armas, su cinturón de dragón ya tenía agotados dos tiros de tres, su brazal de transporte ya no poseía energía alguna y debía esperar para que su magia se recargara, asimismo, su armadura de escamas de dragón poseía una resistencia altísima, pero como cualquier otra armadura, terminaría por debilitarse hasta tener un flanco descubierto.

Un muro de mitrita se formaba con el metal del piso para detener el paso de un conglomerado de ponis armados con lanzas y escudos, Andreia interceptó una flecha con una de las placas que hacía levitar a su alrededor; estas se congelaban momentáneamente, mientras se convertían en un estado líquido y finalmente hallaban una abertura para salir y conformar nuevamente la placa cóncava original; otro muro cortaba el paso a veinte ponis; Argos ahora utilizaba un hacha de mitrita de gran tamaño, haciéndola dar un giro en media luna delante suyo, logrando inquietar a sus diversos oponentes y soltándola a los pocos segundos, para recibir una espada pequeña en una de sus manos y otra grande en la otra.

Los muros ahora tenían una elevación que permitía a los chacales subirse y asestar golpes con sus lanzas, mientras que los ponis trataban de esconderse debajo; sin embargo, todos los soldados de la facción de las fuerzas del caos sabían que Andreia no tendría energía suficiente como para mantener aquel control del campo por mucho tiempo. Este hecho aceleraba la batalla en el centro de la montaña, los chacales golpeaban con más fuerza, ladraban a todo pulmón para atemorizar a sus oponentes, utilizaban sus poderosas mandíbulas para morderlos en el momento preciso. Los escarabajos ahora comenzaban a subirse a los lomos de sus adversarios en grupos de dos a tres, clavando sus guanteletes en el primer lugar que podían hacerlo, pocos ya se preocupaban por cortar los músculos necesarios para inmovilizar a sus oponentes, pues el peligro inminente que representaban las fuerzas que Argos detenía, era mayor, pues inevitablemente los tomarían por la espalda y ciertamente, el tiempo de reacción para un contragolpe como ese era demasiado amplio e impredecible.

Las paredes se llenaban con los gritos de dolor, los riscos y aberturas eran los últimos lugares en presenciar el horror de la guerra, ponis contra chacales, vulcanos y escarabajos. El Draconequus responsable de todo ello ni se presentaba, de hecho Celestia se guardaba lo mejor que podía un sentimiento de furia contra alguien tan cobarde como para utilizar la desesperación de unas criaturas contra otras. Pues el pasado del señor del caos era tan desconocido para ella como para su hermana, también como para cualquier poni que se atreviese a mencionar su nombre que se hallaba casi perdido en las páginas de la historia de Equestria.

La gran espada de Argos cortaba gran parte de las patas derechas de un oponente, para después ser re direccionada hacia el cuerpo de otro, con el lado plano para empujarlo hacia uno de sus camaradas, evitando así dos ataques, finalmente la espada pequeña le servía para chocar espada con un poni que audazmente se subió a la pared inclinada para darle un golpe sorpresa en el cuello, desde luego, los sentidos del guardián eran agudísimos, casi infranqueables en combate y el cuerpo como maquinaria de guerra, su agilidad y fuerza estaba a la par de sus sentidos, por lo cual, pudo desviar la espada de su adversario, usar la espada grande para mantener a raya a los ponis frente a él y clavar la pequeña en el muslo derecho de su atacante. Para después tomarlo con la mano que había soltado la empuñadura de la menor de las espadas y arrojarlo hacia sus oponentes.

Los chacales con los párpados pintados de turquesa se acercaban a Argos, para utilizar sus escudos en defensa y sus espadas en ataque mortal con los ataques provenientes de diferentes zonas en un ángulo de ciento ochenta grados. El metal podía pasar de un estado a otro a gran velocidad, flotar e incluso construir paredes para aprisionar a los oponentes, pero aparte de transformarse en armas, no podía cumplir otra función, al menos no en el campo de batalla, pues su velocidad era demasiado lenta como para poder perforar la carne de los oponentes si se las transformaba en objetos corto-punzantes como cuchillos, agujas de gran tamaño o incluso lanzas y flechas.

La fuerza invasora en el centro finalmente comenzaba a verse mermada, los ponis reducían su número, así como su fuerza e ímpetu, encerrados, ciertamente no existía otro destino que morir peleando y era justamente lo que hacían, esto les obligaba a ser completamente eficientes, en la medida en que afrontaban la muerte, los riesgos, el dolor y el miedo de forma drástica, en cualquier otra circunstancia, se consideraría como locura recibir una estocada para perforar el corazón del oponente, pero ahora era un comportamiento común entre todos los soldados. Era esa la razón por la cual los chacales se quedaban a la distancia cuando un grupo reducido se unía lomo con lomo empuñando sus espadas al frente y dejándose de preocupar por la retaguardia, demostraban una entrega al combate tan admirable como mortal para los oponentes, por ello se debía esperar a unos cuantos escarabajos que rompiesen con la formación, para así no arriesgar el cuello en vano.

Pero incluso con aquel tipo de entrega a la batalla, los chacales sacaban a relucir sus virtudes en el campo de batalla, su experiencia les daba pautas de cómo enfrentarse a los ponis en grupo o por separado. Los vulcanos que seguían siendo en su totalidad miniaturas, quemaban piel, carne y pelaje en sus ataques, aunque eliminarlos era tan simple como pisar a una cucaracha, era cuestión de aplastarlos, o en caso de que su tamaño se hubiese visto incrementado, de utilizar sus espadas para clavarlas directamente en el centro del "pecho", para poder eliminar el núcleo mágico de sus oponentes, ocasionaban pánico por su caliente cuerpo.

No muy a lo lejos, los grupos de ponis que realmente harían el trabajo sucio no poseían ningún impedimento, tal y cual habían planeado las fuerzas del caos se batían contra los guerreros, sin prestarles atención; pero ciertamente ya era muy tarde para cambiar las acciones que los grupos de especialistas realizaban, mitad de los explosivos ya se hallaban en las columnas, la otra mitad estaba en plena instalación. Increíblemente, estaban más cerca que cualquier otro poni de vencer finalmente a Discord, de hecho Celestia comenzaba a creer en el inevitable final del combate, las mechas estaban encendidas y a menos de treinta segundos de accionar las poderosas cargas, la montaña se vendría abajo, llevándose a todos los presentes es cierto, pero también eliminaría las fuerzas de Discord.

Por poco aquella posibilidad convencía a Luna de un avance distinto en aquella historia que el Draconequus les mostraba con tanto ahínco; pero cuando recordó el inevitable hecho de que en algún momento los ponis llegaron a ser los esclavos de Discord, el mayor de todos los tiranos que se conociesen y sin embargo, ahora era un aliado de los ponis. Por mucho que les mostrase la historia, sabían el final, como cualquier otro poni que se hubiese leído un libro de historia de Equestria, al final Discord ganó. No tenía sentido mostrar nada de aquello, o al menos eso era lo que su mente podía descifrar de momento.

Existía un lugar de la inmensa fortaleza debajo de la montaña, un lugar que nadie prestaría atención, se trataba de una zona con poca luz, que por alguna razón tenía clavados varias varillas de metal y madera, una sección lo suficientemente amplia y libre de salientes, estalagmitas y estalactitas, que pasaría desapercibido por quien fuera, la única señal de interés eran unas cuantas plumas en el piso; curiosamente, allí se encontraba la última columna, el último equipo había llegado sano y salvo, preparado para la función final, la explosión definitiva se haría allí mismo, y de ser necesario, ellos explotarían junto con ella, todo para asegurar la victoria de los ponis terrestres.

En medio de toda la obscuridad, trabajando en silencio, mientras el sonido del metal chocando con metal, de quejidos de dolor, gemidos de cansancio, ladridos, gruñidos y quejidos de escarabajos llenaban todo el lugar, el sudor en la frente debido al nerviosismo del soldado de la división F producto de sus intentos de concentrarse en su misión y olvidarse del combate que se libraba a centenas de metros a la distancia, de la muerte segura que implicaba su labor como del peligro que representaba no completarla, combinar mal los químicos, instalar mal el detonador de tiempo o simplemente morir por una flecha perdida, un ataque repentino eran su principal preocupación.

Los guardias del soldado tenían sables pequeños y vigilaban los alrededores, mas nunca nadie le prestaría atención a las varas de metal, o a los indicios de la existencia de la pesadilla de cualquier unicornio desde el ataque a Canterlot. Celestia se percató desde antes, pero debido a que era un recuerdo, no podía hacer nada más que esperar que el soldado se diese cuenta rápido.

El sonido seco de unas garras chocando con el piso de piedra fue ignorado, pero cuando la poca luz que había mostró una forma oblicua acercándose el poni se alarmó, aquella figura tenía algo peculiar, su color rosa pálido con manchas negruzcas, una especie de terminación blanca con agujeros en ella. Lentamente reconstruyó la imagen hasta convertirla en un rostro. Unos símbolos de color rojo se mostraron detrás de aquella cabeza, pero el poni ni se inmutó, no gritó, en ese momento solo le intrigaba observar aquellas cavidades donde debían estar los ojos de la cosa de aspecto inofensivo. Un plumaje blanco se mostraba a pocos metros, era el límite del cuello desprovisto de plumas del animal. En pocos segundos, la vista del poni se nubló hasta finalmente ya no poder ver, sus energías se esfumaron y finalmente lo que quedaba de su cuerpo, ahora con aspecto demacrado cayó abajo.

Alarmados, los dos guardias se dieron media vuelta para ver a su protegido, pero de inmediato, algo los tomó por los lomos, eran tres objetos corto punzantes que se clavaron en su carne, pero las cosas no terminaron en ese instante, lo que fuese que los agarró los elevó en el aire primero unos pocos centímetros, pero la altura crecía conforme la criatura los llevaba en el aire. Al darse la vuelta, pudieron observar a dos aves de plumaje negro, del cual salían pequeñas cantidades de humo negro de aspecto grotesco y de tamaño inferior al de ellos, pero con una envergadura considerablemente superior al de un pegaso; uno de ellos, al usar su espada para tratar de partir al medio el cuerpo del ave extraña, se sorprendió por la capacidad de evadir el golpe de la criatura, desapareciendo con una pantalla de humo, para después aparecer metros adelante, sin nada que lo sostuviera en el aire y como habían llegado casi hasta el techo de la fortaleza, el poni comenzó a caer en picada, gritando por ayuda aunque el mismo sabía que no tendría auxilio.

Más aves salieron de su escondite, era evidente que todas se hallaban descansando o haciendo algo similar a ello, las nueve karis que quedaban se alzaron en el aire, otras se posaron en las escaleras que nadie utilizaba y la que había recargado su energía con el soldado especialista aleteaba mientras observaba lo que acontecía en el lugar.

"Los renacidos por esta maldición no poseen voluntad" decía el pergamino; los karis realmente daban prueba de ello, no obstante, no actuarían si no tuviesen una orden previa o al menos así lo pensaba Luna poco antes de ver el despegue de las criaturas de aspecto poco grato para un amante de lo bello.

Sin emitir sonido, comenzaron a planear en círculo, buscando con su aguda vista distintos objetivos.

Tres, dos, uno… una de las cargas explotó, destruyendo las bases de una columna, está casi de inmediato cedió ante el peso cayendo de forma estrepitosa y aplastando a más de un desprevenido.

- ¡Eviten que destruyan las demás columnas! – gritó Seti desde abajo, arriesgándose a que un poni le asestara un golpe en el hombro, desde luego, el chacal reaccionó con toda su furia, clavando sus dientes en el cuello del poni que se había acercado demasiado para atacarlo.

Las aves de inmediato se transportaron a las distintas columnas.

Dos… uno, una segunda columna era destruida con los explosivos, matando a la Kari que se había acercado para sacar la carga.

Solamente faltaba un mínimo de dos columnas para que la montaña se destruyera. Los ponis terrestres avizoraban su inevitable victoria e irónicamente heroico final. Sin más premeditación que el seguimiento de una orden, las aves grotescas se transportaron a los cargamentos explosivos, tomándolos con las patas, para después transportarse nuevamente al exterior de la montaña. El recuerdo forzó a las princesas para seguirlas hacia el exterior, ya afuera, todas y cada una soltaban los explosivos para transportarse nuevamente al interior de la montaña. En los breves segundos que estuvieron afuera, las princesas pudieron observar a los diferentes miembros de la división T encerrados en burbujas de tiempo, sus equipos estaban siendo transportados hacia otra montaña.

Nuevamente en el interior, los rostros de los diferentes soldados, cada guarnición, cada pequeño grupo que se cubría los lomos, todos observaban incrédulos la acción realizada por los karis, su desempeño había salvado toda la montaña, pero no pelearían un combate cuerpo a cuerpo, pues para un cuerpo incapaz de blandir la espada, de usar las garras o la fuerza de levantamiento que poseían, era una muerte segura, en cambio todas regresaron a su lugar de descanso, ganándose el agradecimiento de los guerreros del caos.

Fue solamente un poni el que dejó caer su espada, el que influyó en el espíritu de pelea de todos, el silencio se apoderó del lugar, el final era inevitable, incluso Argos formaba un mazo grande de mitrita en lugar de una espada, romper los huesos era menos peligroso que cortar tejido, aunque generalmente su fuerza lograba hacer ambos, sin importar el arma.

El sonido de las explosiones todavía retumbaba en las paredes, produciendo un eco; los ojos de un poni se cerraron, mostrando así el sentimiento de fracaso que todos tenían, desde lo alto, las princesas pudieron observar cómo las fuerzas de Discord comenzaban a abalanzarse sobre los ponis como perros hambrientos a su presa.

Un ligero mal estar en el cuello de la princesa de la noche y un frío en las patas de la princesa del sol, las alertaron de un suceso de fuera, no de la montaña, sino del recuerdo o mejor dicho de la pesadilla que habían tenido que ver.

- Luna ¿Crees que?

- Sí hermana, creo que aquí termina todo lo que Discord quería mostrarnos.

Primeramente, un dolor de cabeza, la sensación de varias fibras debajo del cuerpo e incluso de una gota de agua en la punta del hocico eran pautas irrefutables de que las princesas comenzaban a salir de todas las visiones horrorosas.

Lo que menos deseaba Celestia era despertar y verlo a él, es más, no deseaba saber nada de él, su odio hacia su propia estupidez le sería recordado, dañarlo, juzgarlo… y sin embargo, desear verlo eran los impulsos de su corazón y de su razón, increíblemente sincronizados, su intuición le decía que al despertar, él estaría frente a ellas, buscando algo y sin importar lo que fuese, ya sabía qué hacer.


Bueno estimados lectores/lectoras, cada vez estamos más y más cerca del final, hice cuentas y todo terminará por el capítulo 60, si, lo sé… estoy alargando bastante esta última parte, pero es esencial para lo que se viene después.

No se olviden comentar, sé que mis fics son impopulares, pero luego de dos semanas sin un solo comentario me está llevando a pensar que más o menos tienen una idea de cómo terminará, pero ya conocen el dicho; la historia no se comprende hasta que se llega al punto final. Nos leemos pronto.

Next Chapter: Un pequeño interludio Estimated time remaining: 0 Minutes
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