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Discord

by Filomental

Chapter 42: La pesadilla: el descenso del caos 5

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Hola, después de dos largas semanas, espero que estén listos para otro emocionante capítulo de Discord.


El rugido del hibrido retumbó en todas las montañas, transportando consigo el horror que significaba el tener a dicha monstruosidad en contra. Su poder dejó a todos los nuevos soldados de Cloudsdale bajo un estado de temor, las alas de los mismos se cerraron, mostrando su falta de valentía, su cese de querella ante tal criatura. Cuando este los observó con sus ojos que emulaban las llamas del fuego, todos dieron unos cuantos pasos atrás; aquella mirada fácilmente podía enfocarlos como blancos, lo cual era una señal demasiado clara de ser anteceder un ataque mortal; sabían muy bien que ninguno podría salir ileso de dicho ataque.

Entonces la boca del híbrido se abrió para mostrar una cavidad tan grande como un abismo, poco a poco se llenaba de los colores del fuego que pronto se aproximaría, saliendo con todo su salvajismo, en un avance mortal hacia los ahora indefensos pegasos. Varios de los presentes cerraron los ojos, otros muchos volvieron a extender sus alas para mostrar su instinto de pelea, pues su honor, su destreza, todo lo que representaban se hallaba en su regia habilidad de combate.

- ¡Una vez guerrero, nunca nada me intimidará! Comenzó a gritar un pegaso, ganando la atención inmediata de todos los presentes, quienes lo siguieron en la recitación de uno de los lemas más importantes de la academia de Cloudsdale y de todo poni pegaso.

- ¡Pueden matarme, pueden quebrarme; mas yo nunca temeré! ¡Que el cielo mismo caiga que el sol nos irradie con su ira! ¡Pero nunca claudicaré¡

En menos de diez segundos, Celestia pudo sentir el calor infernal del fuego que se abría paso son oposición alguna por el aire. Sentía toda esa ola de fuego pasar cual ráfaga mortal, que guardaba dentro de si los aullidos de la muerte. Luna observaba asombrada aquella máquina de destrucción, aquel ser de que llevaba consigo los albores de la destrucción, la criatura de gigantesco tamaño, con un poder tan enorme, que era casi apocalíptico; de sus fauces salía el fuego del mismísimo inframundo. Semejante criatura era simplemente indestructible. Recordó entonces, haberla visto en los sueños de Discord. Era similar, desde los ojos hasta sus filas de dientes. Pero ahora sentía un horror distinto al que sintió cuando lo vio en aquella ocasión. Ellas se hallaban en la nieve, debajo de las nubes blancas, en aquel páramo tan desolador, pudieron ver claramente como las llamas se expandían por todo lo ancho y largo del cielo; pero el ataque era contenido de forma inmediata por una especie de campo de fuerza, las terribles llamas rodeaban todo el perímetro donde los y las pegasos se halaban protegidos.

- No Iniar, ellos ya perdieron, me son más útiles vivos que muertos – Advirtió Discord con una sonrisa de satisfacción ante el horror que la criatura podía infundir en los ojos de los ahora resguardados pegasos.

Allí, donde permanecían impotentes ante los recuerdos del señor del caos, las princesas pudieron como los pegasos comenzaban a desaparecer en gran número. Las nubosas superficies comenzaban a desintegrarse a causa del fuego en lugares donde el campo no llegaba. Pero, en un vuelco abrupto del recuerdo, las imágenes cambiaron para mostrar a Discord, sentado en una especie de sofá, hecho con nubes, mirando el espectáculo después de haberse transportado; Hurricane se hallaba a pocos metros, sus ojos denotaban la ausencia de toda cordura, entonces al observar al señor del caos, sus emociones se veían a flor de piel: miedo, odio… sus pupilas dilatadas, sus exhalaciones entrecortadas.

- Ustedes ponis serios nunca son capaces de entender bien mis chistes. Advirtió el señor del caos con una sonrisa. Llevaba una pequeña gorra con la insignia de Cloudsdale.

Todo fue tan rápido, tan impredecible, en pocos segundos la fuerza más poderosa de los ponis, había sido destruida. Los pegasos sobrevivientes al feroz ataque del híbrido escapaban luchaban denodadamente contra el fin de sus propias vidas. Las pisadas del monstruoso ser hacían temblar todo el piso, incrementando el temor en sus corazones. Semejante demostración de fuerza los hacía ver exactamente como nunca pensaron ser vistos; como ponis débiles. Una gran cantidad de los sobrevivientes del primer ataque, descendían de la seguridad de los cielos para volar en direcciones aleatorias, sin un rumbo fijo. Las cenizas se esparcían junto con la nieve y los pasos lentos del híbrido que fácilmente lo movían de medio kilómetro en medio kilómetro advertían un tercer y muy probablemente último ataque.

La gigantesca armadura que traía puesta, llevaba una gema violácea; en su pecho, una especie de energía fluía dentro, en forma de espiral; fue entonces que muchos pudieron intuir la conexión entre aquella armadura y la estatua que los escarabajos hércules transportaban sobre sus caparazones, pues esta estuvo a la vista desde su aparición, mas nadie pudo anticipar la presencia de semejante criatura; por lo cual debía ser una especie de invocación. Era absurdo suponer que no lo fuese, después de todo, algo de su tamaño sería fácilmente visible en todo el cielo.

Sus enormes pasos destruían árboles, aplastaban cuerpos ya muertos, comprimían la nieve hasta dejarla tan dura como la roca; pero desde el piso, ambas princesas pudieron presenciar el inmenso tamaño del cuadrúpedo, que victorioso, se encaminaba hacia la vieja Cloudsdale sin ser interrumpido por nada más que su propia serenidad. El color de su cuerpo cambiaba mientras cerraba sus ojos para abrir los de hielo, los pegasos sobrevivientes tiraban sus armas a la nieve. Comenzaban a sentir el temor de su propia muerte, la batalla comenzaba a perder todo su sentido, pues sabían muy bien que era una pérdida de tiempo. Cuando pasó por encima de ambas hermanas, pudieron notar como muchos pegasos corrían hacia sus pisadas, para ser aplastados con el peso de la criatura, un número reducido aun trataba de hacerle daño con sus espadas, pero era inútil, sus escamas eran tan duras que el filo se desgastaba en una sola estocada, incluso las lanzas se quedaban atrapadas entre los pliegues de su recubrimiento o bien rebotaban en la misma.

Todos sabían la continuación de aquella derrota innegable. Todos los pegasos entendían lo que sucedería, la razón por la cual aquella criatura salida de la imaginación de la perdición y el horror, aquel descendiente de la destrucción, se dirigía a la antigua ciudad de los pegasos.

Dentro de la prisión de cristal, la Comandante Hurricane se hallaba en completo estado de shock, al igual que sus soldados ahora destruidos, producto del frio y la violencia del viento una bandera de la antigua Cloudsdale que flameaba en un estandarte cercano se desprendió, viajando libremente con un viento repentino. Hecho curioso ya que el viento de fuera no podía ingresar a causa de las paredes cristalinas que mantenían prisionera a la pegaso. Cuando la bandera finalmente terminó al frente de la guerrera, esta cambió su expresión; habían perdido, pero no era una derrota justa. Si los pegasos perdían, debía ser en una batalla donde su grandeza en el campo y su inquebrantable espíritu combatiese de tal forma que se vería plasmada en la historia. Ese era su legado, luchar y morir por su honor, por su valentía, por su coraje y entrega hacia su causa.

Recordando estos hechos importantes, la comandante desenvainó nuevamente su espada, esta vez para abalanzarse en contra del Draconequus, sus alas se extendieron, abriéndose campo a través del aire, para lograr asestar un golpe mortal en el desprevenido Draconequus que le dio la espalda en el momento menos oportuno; sin embargo, este desapareció poco antes de que su ataque pudiera dar su tan ansiado golpe.

El Draconequus reapareció a un costado, con la respectiva luz que caracterizaba su magia, se negaba a luchar, se negaba a combatir de forma directa aun cuando ello suponía ponerse en peligro; Hurricane giró su espada mostrando su destreza con la espada, esta vez para enviar un nuevo golpe. Pero el resultado no fue diferente, ya que el cuerpo del Draconequus se dividió en dos para que la espada lo atravesara sin causar daño. El aliento de la pegaso se hacía visible a causa del frio, sin embargo sus intentos de ataque continuaban de forma continua, incluso cuando se quitó su armadura para alivianar su peso, la magia del Draconequus lograba evitar todos y cada uno de sus ataques, desde coces con toda su fuerza hasta estocadas mortales, incluso cuando daba una consecución constante de golpes desplegados por toda un área. El señor del caos simplemente las evitaba hasta que llegó un momento en el cual la comandante perdió el equilibrio. Esperó entonces su fin de forma apacible y observando con todo su odio al Draconequus, quien continuaba ignorándola y paseándose por el nuboso campo.

- ¿Acaso tienes que irte con el honor de haberte enfrentado con todas tus fuerzas? ¿Enserio deseas terminar así? – Cuestionó el Draconequus quien se dignaba a observar a la pegaso a los ojos con desmedro en su actitud hacia ella.

- Sin mi honor, sin mi fuerza no soy nada, debo luchar hasta el final, porque nunca me superarán, nunca seré un enemigo débil. Aclaró la pegaso con una respiración agitada.

- Querida, tú ya eres más débil de lo que piensas. Respondió el Draconequus con una sonrisa cínica en su rostro y una ceja levantada.

- Soy una pegaso, la mejor guerrera, puedo ante todo y ante todos. Prosiguió la comandante mientras se incorporaba para continuar con su lucha.

- Mírate, tratando de liquidarme, como si ello fuese a solucionar todos los problemas, como si fuese a revivir a cada uno de tus corceles. Advirtió el señor del caos mientras su sonrisa se agrandaba aún más al ver a su enemiga en sus últimos momentos.

Hurricane caía presa de sus peores temores, de sus peores defectos; no podía matarlo, es más, no podía ingresar a un combate cuerpo a cuerpo fiero y glorioso, no podía… Sus movimientos torpes resonaban junto con sus gemidos de esfuerzo. Sus ojos observaban con odio y desesperación a su rival que seguía haciendo cualquier otra cosa menos enfrentarse a ella.

- Demente petulante engreído… enfréntame como debe ser… da la cara maldito cobarde – Gritaba con toda su furia, recibiendo solamente la risa del señor del caos; aquella risa que se burlaba de ella, de su forma de ver el mundo… de su honor.

Las palabras de la comandante se perdían a medida que el Draconequus se alejaba, dándole la espalda, ignorando aquel combate mortal que la pegaso anhelaba tanto.

- Tu honor será olvidado, aquella gloria, aquel peldaño donde yacen tus creencias más absolutas serán destruidas – Explicaba el señor del caos desde la lejanía.

- Vuelve maldito estúpido, vuelve y ten las agallas de matarme por tu propia cuenta – Gritaba la pegaso con cierta locura que ya se reflejaba en sus ojos.

Las imágenes cambiaron abruptamente, para mostrar el exterior de Cloudsdale, Iniar había llegado a sus afueras, sin necesidad de levantar vuelo, abrió sus fauces para mostrar una luz blanca con azul asomarse por su garganta, para después expulsar una gran cantidad de fuego gélido y a diferencia del fuego, su paso por el aire era similar al de un cono de color blanco con líneas celestes, este fuego tuvo contacto inmediato con las paredes cristalinas, Hurricane que seguía tratando de incitar a Discord al combate, ignoraba la creciente escarcha alrededor de toda la prisión y de la misma forma, ignoraba que todo Cloudsdale comenzaba a condensarse, las nubes se convertían en hielo y escarcha, centímetro a centímetro, la antigua ciudad era convertida en una metrópolis de hielo. Cuando finalmente Hurricane percibió el incremento del frio y del reciente crecimiento de hielo en el techo de la prisión de cristal, fue demasiado tarde para buscar una posible salida. Desde luego, las paredes de vidrio comenzaban a resquebrajarse.

La ciudad comenzaba a temblar desde sus mismos cimientos, la prisión se rompió en miles de fragmentos de un segundo al otro. La caída de todos estos fragmentos atravesó a las nubes aun sin congelar, uno que otro trozo diminuto lograba cortar los flancos, la melena, el rostro e incluso los cascos de la pegaso quien de un momento al otro se hincó en sus cuatro patas. Debido al hielo, las nubes se convertían en proyectiles pesados que comenzaban a caer hacia la ladera de una montaña. Cuando la antigua Cloudsdale comenzó a caer picada abajo, las princesas y los pegasos sobrevivientes se impactaron al ver semejante desastre.

Los kilómetros que distanciaban a la ciudad de la tierra, eran recorridos a toda velocidad, Hurricane observaba los cuerpos muertos, el híbrido, incluso el Draconequus que desapareció en las alturas hacia quién sabe dónde, después observaba su melena a contra viento en su caída, su armadura también se hallaba en picada; su derrota era una vergüenza que no lograría soportar por el resto de su vida. Prefería morir antes que ver mancillado el nombre de los pegasos, esa era la razón por la cual se dejaba caer. Podía escapar, podía continuar con sus equinos hasta el final, procurarles un nuevo lugar, incluso podría ir a apoyar a los unicornios en Canterlot, pero decidió morir en ese preciso lugar, sus ideales, sus creencias ya se hallaban en su apoteosis, así como la grandeza de los pegaos; su poderío, su fuerza, su orgullo, su honor y su ferocidad ahora eran meros cuentos del pasado. Esos cuentos eran por los cueles Hurricane había decidido vivir y eran la razón por la cual decidía morir.

En esos pocos momentos, cerró sus ojos para terminar con aquel suplicio, poco antes de estrellarse contra el piso, su cuerpo fue atravesado por varios fragmentos de hielo, sus huesos produjeron un sonido aterrador, semejantes a un pedazo de madera al romperse, cuando se fracturaron a causa de la caída. La sangre comenzaba a emanar por su oreja izquierda. Las princesas no podían creer lo que veían, aquella comandante Hurricane era el ejemplo de las virtudes más destacables en un soldado, pero ahora mostraba un lado oculto que nadie nunca había conocido. Así como su cuerpo, las consideraciones de Luna hacia la antiquísima líder de los pegasos sucumbían.

La misma bandera que incitó a la Comandante a usar sus armas, caía de forma lenta, flameando con el viento, bajando justo a tiempo para cubrir el cuerpo de la líder de los ponis pegaso, cubriendo la penosa escena, besando sus últimos momentos de gloria, mientras se teñía de rojo y se amoldaba a la figura del demacrado cuerpo.

- Seti, lo ha conseguido – Comentó uno de los vulcanos mientras daba marcha atrás.

Observar un final tan desastroso y al mismo tiempo tan indigno reproducía en el chacal una serie de recuerdos pertenecientes a la caída de su imperio; Anubis también había decidido morir junto con su imperio ¿Heroísmo o cobardía? No podía entender la razón exacta, pero respetaba la decisión, de hecho él no podría haber realizado semejante acto de lealtad hacia su pueblo, su nación y sus ideales.

- Estamos un paso más cerca de recobrar nuestra libertad – Aclaró el canido mientras se daba media vuelta. El viaje había sido largo y Discord tenía que guardar todas sus energías en lo posible debido a la batalla más complicada llevada a cabo en las afueras de Canterlot. Así que regresarían caminando.

Iniar por otra parte observaba con sus ojos normales la destrucción que había causado, los miles de cadáveres que dejó en su paso hacia la destrucción de la vieja Cloudsdale; se impresionó al ver su potencial de destruición, pero una pregunta surgió a partir de dicha observación: ¿Qué pretendían hacer con él cuando lo crearon?

Tal cuestión no se podría ver resuelta en ese instante, sabía muy bien el desenvolvimiento de la batalla. Sus garras, su increíble poder sería fundamental para la victoria, los distintos guerreros esclavos entendían ese hecho, pues ciertamente los salvó de un final trágico en los helados páramos por los cuales emprendían el camino hacia una montaña ubicada a una gran distancia. Los pocos soldados no podían evitar sentir un miedo no muy distinto al de los pegasos. Después de todo, aquella criatura fácilmente podría terminar con la vida de su actual amo, sin embargo, ni siquiera trataba de ponerle una garra encima; incluso cuando este se ponía pesado, la criatura lo aguantaba con completa calma.

El híbrido se quedó en su lugar mientras la poca facción se retiraba en silencio. La estatua era llevada de la misma forma, un dato extraño para las princesas que no le hallaban posible explicación más que una de las locuras que el Draconequus realizaba, de inmediato dejaron de ponerle atención. De la misma forma, el recuerdo comenzó a variar, emitiendo poco antes de desaparecer, un rugido que se pudo escuchar por todo el entorno glacial.

Ahora el calor se hacía perceptible, lentamente los sonidos de las olas chocando con la costa se hicieron audibles, el aire era más húmedo, incluso se podía escuchar el revoloteo de unas gaviotas no muy a lo lejos. No fue muy difícil averiguar que se hallaban en un lugar aledaño a las costas; pero dónde exactamente, era un misterio. Pero no tardó mucho tiempo en ser aclarado, pues un pergamino apareció sobre la nariz de Luna, de forma algo graciosa, esta lo retiró, aunque detestaba las bromas de Discord, recordar su cambio era algo relajante, nunca antes había podido imaginar que él llegase a ser un ser tan cruel, aunque en cierta forma, él no mató directamente a todos esos ponis, sino que obligó a otros a matar por él, lo cual era bastante bajo. Pensar en ello era observar la realidad que se abría ante sus ojos; si bien al principio creyó que todo era una broma bien jugada, ahora podía entender las diversas causas por las cuales él actuaba de aquella forma, las razones por las cuales el mal se había extendido dentro de él. Pero… también develaban su pasado retorcido y miserable; más importante aún, debía enfrentar su culpa ante toda Equestria, debía ser castigado por sus actos. Sin pensar más, abrió el pergamino para leer su contenido.

- Están en las afueras de White Tail Woods. Un año después de que Gold Mane y Hurricane decidiesen romper el pacto entre los ponis, se creó una prisión especial, para un solo reo – entonces Luna presenció no muy a lo lejos una torre con unos estandartes colgados fuera, también existía una cantidad considerable de tiendas y pequeñas chozas en el perímetro del terreno donde la torre se hallaba. Al observar el estandarte de los unicornios, Celestia pudo concluir quién era el prisionero de dicha cárcel o mejor dicho, la prisionera – dentro de esa prisión se hallaba nadie más ni nadie menos que la Princesa Platino. Envié a una partida especial tras la recuperación de un tesoro histórico.

En ese momento, el recuerdo redirigió a ambas princesas hacia el bosque, allí, en la maleza existía una gran cantidad de movimiento, varias figuras se asomaban de vez en cuando para observar detalladamente y con ojos celosos a la sólida construcción. Cuando las princesas ingresaron dentro, pudieron ver a quienes realizaban dichos movimientos: eran tres chacales, una cucaracha y diez vulcanos del tamaño de unas larvas, todos reunidos en un círculo, en clara espera de algo.

Entonces, del follaje, se presentó una figura sin rostro y de tamaño atemorizante; era Argos, pero su aspecto había tenido un ligero cambio, ahora poseía varias líneas rojas alrededor de todo el cuerpo, por lo cual se podía deducir que era un vigía. En otras palabras, Discord estaba observando todo lo que pasaba en ese preciso momento y lugar.

- No creo que atacar directamente sea una buena idea. Explicó una cucaracha con preocupación.

- Ellos pueden llevarse al objetivo, pueden usar su magia para transportarla, además tienen unos cuantos pegasos, si anulamos su magia, aún pueden sacarla por aire y si lo hacen, no podremos alcanzarlos. Explicó un chacal.

Argos se puso de cuclillas para dibujar en la arena, era una suerte de garabatos que adquirían forma cada vez más reconocible; eran varios gusanos quemando loas tiendas y los techos de paja de las construcciones aledañas, pertenecientes a los soldados encargados de resguardar a la princesa platino.

- Argos tiene razón, si ustedes pueden crear un incendio subiéndose a las estructuras inflamables, podríamos aprovechar su distracción para atacar por sorpresa, nunca se lo verán venir. Expreso otro chacal contento con el plan de su nuevo maestro de armas.

Argos asintió con la cabeza, para después levantar su dedo pulgar y señalar a los soldados que tenía con él, para luego mostrar un dedo, en señal de uno, para apuntarse a sí mismo.

- Maestro ¿Usted ingresará primero? A lo que Argos respondió con un movimiento de su cabeza.

Los pequeños vulcanos comenzaron a avanzar de forma lenta por la arena, debido a su tamaño serían prácticamente invisibles a los ojos de los guardias. Los chacales se posicionaron detrás de unos árboles y las cucarachas caminaban con sus cuatro patas a través del pasto para ganar terreno de ventaja. Los observadores no daban cuenta de los cambios, pues era común tener a animales salvajes paseándose por los alrededores.

Los pequeños vulcanos se posaban, subían, bajaban por las diferentes chozas y tiendas, para acercar sus cuerpos a los materiales inflamables, para que así estos se enciendan.

Las llamas alarmaron casi de inmediato a los guardias que salieron de sus puestos para ir por cubetas de agua, debían apagar los incendios recientes. No podían perder sus posadas, mucho menos dejar que la seguridad de la Princesa Platino corriese riesgo aluno.

En medio de toda esa confusión, Argos utilizó su brazal para transportarse en medio de toda la masa de equinos que transitaban el arenoso sendero para apagar las llamas de sus residencias temporales; una vez allí y sin esperar ninguna señal, el metal que llevaba como brazaletes, collares, armadura e incluso casco se convirtió en líquido que cobró vida, moviéndose por su cuerpo, como si de una serpiente se tratase, para formar un mazo concordante con el tamaño del guardián. Los diferentes integrantes de la patrulla tuvieron un golpe sorpresa, en lugar de utilizar una de las caras verticales del arma, el coloso utilizó la punta del mazo para empujar varios metros a un unicornio, poco después, sus movimientos veloces pudieron adelantarse a la reacción de los cuatro ponis que quedaban a su alrededor, la mano libre que tenía tomó a un pegaso por la cabeza para arrojarlo como si no tuviese peso alguno.

Para cuando la coz de uno de los pegasos asestase en su sección media, los otros dos ya habían sido golpeados por un movimiento de brazo; al poco tiempo de recibir el golpe, Argos levantó uno de sus pies para empujar con la planta a su atacante y mantenerlo en la arena con su peso. Su increíble capacidad para ver todo su entorno pudo anticipar el ataque desde dos puntos distintos, el primero era un unicornio con un rayo a la izquierda, el segundo era un pegaso con su espada a la derecha. Desde luego, les daba la espalda a ambos, el metal nuevamente se convirtió en líquido que en instantes recorrió su cuerpo hasta llegar a su hombro derecho, para formar un escudo de forma indefinida, como el hielo en una chorrera de agua.

El gigante esquivó el rayo, el impacto de la espada fue a dar con el metal en su hombro, por lo cual el daño fue evitado por completo, más la amenaza continuaba, en ese preciso instante, el grupo de esclavos que venían junto con él salieron de su escondite, para tomar nuevamente desprevenidos a todos al batallón que se dirigía al ataque del coloso azul, sin embargo, antes de poder dar golpe alguno, los reflejos de los pegasos mejor entrenados que los unicornios y con más experiencia en el campo de batalla levantaron vuelo mientras desenvainaban sus espadas.

- Posiciones de defensa. Advirtió un unicornio mientras hacía levitar una roca para lanzarla en dirección a un chacal próximo, derribándolo al instante.

Los escarabajos continuaron con su veloz caminata en seis patas, sus caparazones los cubrían de los ataques aéreos que los pegasos ejecutaban, mientras que los chacales debían esquivar dichos golpes y chocar en una posición evidentemente desfavorable, sus kopesh chocaban contra los sables y espadas de los pegasos, unas lanzas lograban frenar el avance de los ponis alados, quienes debían elevarse para evitar la punta de la lanza, unidos los grupos de chacales daban apoyo a los escarabajos que se dirigían directamente a los unicornios, pues ellos realizaban un daño mayor debido a su magia; no obstante cuando uno de ellos comenzaba a conjurar, los chacales le lanzaban una lanza para que o bien se distrajeran para evitar el golpe mortal o bien fuesen eliminados. Fue en pocos segundos que los escarabajos pudieron dar con sus blancos; al llegar a la distancia adecuada, los insectos que no llegaban ni a la mitad del tamaño de los ponis, se levantaban en cuatro patas para usar un arma especialmente fabricada para ellos: consistía en una especie de guante que se adhería desde el inicio de sus patas hasta la punta de las mismas llevaban una cuchilla del tamaño de un pequeño cuchillo de mesa, sin embargo, cuando los clavaban, utilizaban su fuerza para seccionar una gran cantidad del cuerpo de sus oponentes sin mucha dificultad. Era un espectáculo horroroso, al principio tanto los unicornios como los pegasos llegaron a considerarlos como la fuerza menos amenazadora, grande había sido su error.

Argos usó nuevamente su brazal para aparecer detrás del unicornio que lo había atacado, como anteriormente hizo, tomó al equino por la cabeza para apretarla hasta casi romperla, la presión dejó inconsciente al corcel, mientras la pegaso volvía a su encuentro con espada en boca, esta vez, sus movimientos eran aleatorios; Argos no podía adivinar el lugar donde la guerrera lo atacaría, se posicionó para contraatacarla cuando se encontrase cerca, pero más pegasos se aparecieron en el aire, aproximadamente a cincuenta metros sobre él, habían aprovechado una nube para camuflarse; se acercaban en picada; usualmente aquella táctica era mortífera, sobre todo porque el objetivo no se lo esperaba. La mitrita nuevamente se derritió para bajar hasta la arena, se extendió como una pala, para después empujar una gran cantidad de arena hacia el cielo, esta a su vez nubló la vista de los atacantes. En un despliegue de su velocidad, Argos comenzó a correr en dirección a la pegaso, el metal se transformó en una espada de tamaño mediano para su altura y un escudo que se encontraba adherido a su antebrazo, dejando su otra mano libre. La estocada de la pegaso fue interferida para recibir un golpe en toda su espalda, pudo sentir como una vértebra se fracturaba, perdiendo la movilidad instantáneamente y cayendo en la arena; la mitrita nuevamente cambió de forma para convertirse en un mazo, el guardián dirigió el golpe en sentido contrario a las manillas del reloj, la fuerza del arma dio de lleno a un pegaso que trataba de atacarlo por la espalda, rompiéndole las costillas sin reparo alguno, otros dos se hallaban en el mismo plan, pero ahora que entendían que al parecer, de alguna forma podía ver todo el campo de batalla, se separaron para ubicarse nuevamente en dos direcciones distintas, debían utilizar su capacidad para confundirlo.

Argos trataba de movilizarse, pero algo lo mantenía inmóvil, no tardó en percatarse de la presencia de dos unicornios utilizando su magia para contenerlo; sus compañeros estaban algo lejos, lidiando con su propio combate, difícilmente podrían ayudarlo.

Un tercer pegaso se aproximó desde el otro combate para utilizar su lanza, perforando así el pecho del robusto guerrero, creyendo dar el golpe mortal, si Argos tuviese corazón, probablemente habría funcionado, pero este no era el caso, una cucaracha, milagrosamente llegó donde los unicornios y sin mucha dificultad, abrió el cuello a uno, y por poco al segundo, pero este se transportó.

Los pegasos se aproximaban, el mazo se convertía en espada, pero esta ya poseía un tamaño similar al de su portador, por lo cual, tuvo que usar ambas manos para cercenar al pegaso de la izquierda, desde luego, este se hizo para atrás, esquivando el golpe mortal con centímetros de diferencia; el metal nuevamente se dirigió hacia la otra mano del guardián, que ya había soltado el mango de la gran arma, un pequeño mazo se apareció, con un golpe, Argos pudo detener a su atacante, quien cayó al piso; de su oreja manaba sangre debido al fuerte porrazo.

- Ya basta, esta batalla es innecesaria y lo saben. Gritó uno de los pocos unicornios que quedaban, poco antes de usar una transportación para aparecer varias decenas de metros a la lejanía.

- Teniente ¿Qué hacemos? Preguntó uno de los pegasos que se hallaba junto a sus camaradas en una ronda para defenderse de sus atacantes que si bien al principio superaban en número, ahora estaban en igualdad.

- Tiene razón, ¡Libérenlo para ganar tiempo! Ordenó un pegaso con una cicatriz en su flanco.

Los ponis alados ascendieron de forma veloz, escapando del alcance de cualquier arma. Que sus atacantes dispusiesen. Argos se limitó a centrarse en el campo. Un grito gutural y torpe se escuchó desde dentro de la torre, para ser más específicos, debajo de ella, unas puertas camufladas con arena se levantaron, dejando al descubierto una criatura del doble del tamaño de Argos. Los presentes perdieron temporalmente el instinto guerrero, el guardián en cambio hizo una seña con la mano para que retrocedieran, los esclavos obedecieron, recuperando la frialdad necesaria para la batalla.

- Te aplastaré – Dijo de forma casi inteligible la criatura.

- Es un troll, han estado entrenándolos durante estos últimos años, advirtió uno de los chacales.

De no ser por la casi inexistente emocionalidad de Argos, cualquiera creería que estaba esperando el momento de volver a confrontarse contra un troll, la mitrita de se derritió nuevamente para conformar dos guanteletes, así mismo creaban una pechera de grosor respetable. Los pasos de la criatura hacían temblar el piso, el guardián azul comenzó una carrera en dirección al gigante, que hizo un puño que poseía el tamaño del pecho del combatiente, cuando estuvo a una distancia aproximada, lanzó un puñetazo, Argos desapareció para aparecerse cerca del rostro de la criatura y sin perder más tiempo lanzó un fuerte puñetazo que logró desprender una cantidad de la gruesa piel del poderoso, sin embargo, el daño no fue considerable, ya que como a una mosca, la mole fácilmente pudo quitar de encima al guardián, los guerreros desde luego comenzaron a planificar un ataque coordinado, el objetivo del coloso era ganar tiempo y eso era justamente lo que había hecho.

Sin más demora, los chacales, así como los escarabajos comenzaron una carrera en distintas direcciones, los vulcanos eran transportados en los caparazones de dos escarabajos que poseían una placa de Vulcanita. Argos tuvo que levantarse inmediatamente para evadir el pie de su oponente, por lo visto a los trolls les encantaba aplastar. La mitrita nuevamente se transformó en una espada de gran tamaño, el guardián tuvo que correr con ella, en dirección contraria a la mole que caminaba detrás de él, poco antes de llegar al bosque, Argos usó nuevamente su brazal que ya había recuperado energía, se apareció en la espalda del torpe, sin meditarlo, el guerrero azul clavó la espada en la espalda de la mole, al nivel de los riñones, desde luego el grosor de la piel evitó que el daño fuese serió, pero Argos repitió la dosis, poco antes de ser aprisionado por la gran mano de la mole. Los escarabajos se hallaban ya a los pies del coloso, liberaron a los vulcanos en los pies de la criatura, quien no sintió el calor que manaba de los pequeños cuerpos de las criaturas, estas ascendieron lo más rápido que pudieron, hasta llegar a la herida abierta de la criatura.

Argos estaba siendo apretujado por el gigante, sus estaban a punto de ser fracturados uno por uno, sus músculos buscaban una salida, en aquel estado, tenía el brazo derecho libre; así que la mitrita se transformó en una espada pequeña, que el coloso pudo clavar en la mano que lo apretujaba.

- Aggggg. Gritó la mole. Argos se alejaba junto con los esclavos.

- ¡Vuelvan! Gritó el troll mientras perseguía a sus contrincantes.

Un calor repentino invadió el cuerpo del coloso, que pronto comenzó a rascarse, a golpearse todo el cuerpo, se revolcó en la arena, provocando unos cuantos temblores con la violencia de sus movimientos, Argos entonces utilizó su brazal, para aparecerse frente al gigante, quien ignorándolo se levantó para correr hacia las aguas del mar, el calor infernal que tenía por dentro se expandía por todas sus entrañas; el dolor era insoportable, si llegaba al mar, los pequeños vulcanos que se hallaban en su interior probablemente morirían junto con él; así que el guardián avanzó a la velocidad del troll, utilizando un mazo de tamaño similar al de su espada más grande, golpeó el tobillo de la bestia, de inmediato esta cayó a la arena. Sin perder más tiempo, Argos comenzó a correr en dirección a la torre. No le importaba ya los últimos gritos de agonía de la bruta y casi inocente criatura.

Ambas princesas corrían junto con Argos las escaleras en forma de caracol, ella debía estar encerrada en la habitación superior, debía estar allí, pues nadie la sacó del lugar, obviamente Celestia y Luna tenían grandes dudas de lo que pasaría al abrir la puerta donde ya se hallaban, estaba protegida con un candado respetable y varios maderos. Argos utilizó su mazo para debilitar la poeta y romper los maderos, después utilizó su espada para cortar las cadenas. Después, con uno de sus fuertes golpes pudo derribar la puerta hecha con madera tan gruesa como una pared de piedra.

Las princesas se quedaron consternadas con la escena que existía dentro.


Espero haberlos dejado intrigados y perdón por la demora, hubo un accidente con el medio por el cual ingresaba a Internet y simplemente no pude publicar nada. Nos leemos pronto.

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