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Parallel Stories

by SrAtomo

Chapter 27: 1x15 - Visita (in)esperada - Parte 2

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Todos los personajes originales y el mundo pertenecen a Hasbro y a Laurent Faust. Todos los derechos les pertenecen.

Este es un fanfic de fan para fans.

Agradecimientos a todos los que me han animado, apoyado y ayudado con este fanfic y con mi vida diaria...

+A los que me han revisado el fanfic y añadido este estilo tan especial:

-Daniel Campos Fernández - Arreglos y estilos (dejó de participar en el capítulo 1x03).

-LloydZelos, Volgrand y Unade - Revisión.

+Y a vosotros, los lectores, que estáis a las duras y a las maduras.

Espero que os divirtáis tanto leyendo como lo hice yo escribiéndolo.

Capítulo dividido en 6 partes.


Tags: [Slice of Life/Vida Cotidiana] y un poco de [Comedy/Comedia] - [Dark/Oscuro] - [Sad/Triste] - [Crossover]


MY LITTLE PONY

PARALLEL STORIES

Chapter 1x15

Visita (In)esperada

Parte 2

Feather, cansada de intentar, sin resultado alguno, apaciguar la furia de Knowledge, regresó a su casa para preparar los envíos que había ido recogiendo por todo el pueblo.

Al cerrar la puerta, suspiró, angustiada. El motivo de la pelea entre la historiadora y Flashing había sido la ballesta, es decir, el presente que la primera había regalado a la segunda, y sabía a ciencia cierta que el regalo de Gentle también conquistaría, tarde o temprano, el corazón de la prestidigitadora. Y lo haría con más razón si, incluso ella, una inútil pegaso-cartero, ya era capaz de comprender la gran importancia histórica y práctica del libro que ahora mismo la unicornio de dos colores debía estar reproduciendo. Incluso los regalos de Shadow, un juego de piezas metálicas para hacer trucos mágicos, y los de Shiny, unas pulseras de pata, eran más valiosos y útiles que el suyo.

"Pip-Pip".

La amarillenta yegua alzó la mirada, extrañada... ¿Qué había sido eso?

"Pip-Pip".

Se acercó, curiosa, a la mesa de trabajo, donde parecía que el insólito pitido era más fuerte.

"Pip-Pip".

Moviendo su cabeza para localizar mejor el origen del sonido, Feather se situó frente al escritorio y abrió un cajón en concreto.

"PIP-PIP".

Un extraño aparato, alojado cuidadosamente en el cajón, y rodeado de sobres y sellos, era el causante del ruido. Rápidamente, la pegaso-cartero cogió el dispositivo y lo escrutó. Sospechaba que el hecho de que ese artilugio estuviese activado era algo importante, pero... ¿por qué?

"PIP-PIP".

Rebuscó de nuevo en el cajón, hasta que encontró lo que parecía ser las instrucciones, y las ojeó con rapidez. Entonces abrió los ojos como platos.

—¡No puede ser! —gritó—. ¡Es la alarma de envío urgente!

Accionó instintivamente un botón y apagó la pequeña máquina. Según explicaba las instrucciones, con esa acción, desde Ponyville, donde habían mandado el aviso, sabrían que ella había recibido el mensaje. Sin más dilación, se acercó a la puerta de la casa y cogió el zurrón. Introdujo en él las cartas que había recogido de los vecinos y salió de casa. A continuación, alzó el vuelo y enfiló, lo más rápidamente posible, el camino hacia la encrucijada de caminos.

"Al menos, ya tengo algo distinto en lo que pensar...", se dijo a sí misma para animarse, "Concretamente, en la reprimenda que sin duda me echarán desde la Central de Correos de Ponyville".


—Entonces vamos a hacer lo siguiente —explicó Shadow, dirigiéndose a Knowledge y a la pequeña unicornio—: Permitiremos que Flashing siga conservando la ballesta...

—"Allons-y" Alonso... —cortó la potrilla, para matizar.

—Que la siga manteniendo —la herrero ignoró a la prestidigitadora y siguió hablando—, siempre y cuando no la vuelva a mostrar en público. ¿Estáis las dos de acuerdo?

La historiadora asintió de mala gana. Flashing, sin embargo, estaba distraída, observando, con cara de extrañeza, por detrás de la oscura yegua.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó la herrero, mirando directamente a la pequeña unicornio.

Ésta señaló hacia el lugar donde estaba escudriñando y preguntó:

—¿Por qué está Feather volando en mitad del pueblo? Nunca lo había hecho antes…

Tanto Shadow como Knowledge se giraron y vieron a la pegaso-cartero dirigiéndose rauda hacia la entrada del pueblo.

—Tendrá prisa —espetó la historiadora. Entonces, volteándose de nuevo, centró su mirada en Flashing—. Espero por tu bien —dijo—, que no vuelva a ver esa maldita cosa. Si lo hago, ten por seguro que será destruida al momento. Y da gracias a que, aún no sé cómo, Shadow me ha convencido de que te dé otra oportunidad.

La potrilla bajó la mirada, apenada. Quería mostrarle a todo el mundo lo que había avanzado con su arduo entrenamiento, aunque desgraciadamente no podría hacerlo, al menos usando a "Allons-Y" Alonso. Pero lo peor de todo era, sin duda alguna, que su mejor amiga se había puesto en su contra. De todas formas, ella no había dicho la última palabra. Tarde o temprano, "Allons-Y" Alonso volvería a ser parte de su repertorio, y Knowledge se convencería de que siempre había estado completamente equivocada.

La historiadora entonces se giró y elevó la cabeza, sabiéndose portadora de la razón. De todas formas, sabía que el hecho de que Flashing siguiera portando la ballesta era un error, pues ésta tarde o temprano la terminaría usando para alguno de sus trucos. Así que decidió que lo mejor que se podía hacer, para salvar a esa potrilla de sí misma, era deshacerse ella misma del arma. Y, cuanto antes lo hiciera, mejor.

Shadow decidió acompañar a Knowledge, por lo que dedicó una sonrisa conciliadora a la pequeña unicornio y comenzó a trotar detrás de la blanca poni de tierra. Tenía sus dudas sobre las intenciones de las otras dos, y sospechaba que, mientras una de ellas intentaría robar la ballesta, la otra la defendería con todas sus ganas. Determinó entonces que las vigilaría, como haría un águila sobre una presa. La amistad entre Flashing y Knowledge no debía peligrar por un tonto regalo.


Gentle Colors dejó otra extensión de cabello sobre la mesa. Dudaba si debía terminar de acicalarse y completar así la mentira. Por una parte, no quería que la primera impresión de la abuela de Shiny sobre ella fuese basada en una mentira. Aunque tampoco deseaba tener que aparecer con su crin a medio hacer.

Finalmente, cogió la prolongación y, agarrando un mechón con el otro casco, se la colocó. Volvió a mirarse al espejo y dejó caer un gesto de disgusto: la yegua que se reflejaba era una extraña, un ser a medio hacer, una pantomima.

De nuevo se quitó la extensión y la posicionó otra vez sobre la mesa. Suspiró. Y, asiéndola a continuación, se la puso. No sabía qué hacer. Para más inri, poco antes Shiny se había reído de su aspecto, por lo que no era de extrañar que el resto del universo también lo hiciese, lo que haría que ella tuviese, como resultado, una sensación de inseguridad a la hora de estar con la abuela de su dorada amiga. Aunque también podía darse el caso de que la anciana se enterase, lo que sin duda la pondría en mal lugar.

Y la culpa de todo era, sin duda alguna, de Celestia. Siempre era de Celestia. Pasase lo que pasase, ocurriese lo que ocurriese, si algo salía o tenía previsión de salir mal, podía estar segura de que Celestia andaba por medio. Era simplemente ley de vida, y ella se había acostumbrado a asumir dicha verdad incuestionable. Poco importaba que hubiese adquirido un conocimiento sobre magia que, como mínimo, igualaba a las de la monarca de Equestria, e incluso podía decirse que se acercaba a la de Discord; poco importaba que hubiese atesorado unas riquezas que despertarían la envidia de reyes, si supiesen que ella poseía tal patrimonio. Incluso poco importaba que lo que ella fuese o hiciese... Cuando algo tenía previsión de ir mal, Celestia haría todo lo necesario para que, sin duda, ocurriera lo peor. Ni siquiera el hecho de taponar el hechizo de visión de la regente de Equestria, para mostrarle una Gentle ligeramente distinta, es decir, una yegua bajo los efectos de la magia de olvido y, todo sea dicho, mucho más dócil, no habían servido de nada. La abuela de Shiny vendría antes de acabar el día, y ella no podría hacer nada para evitarlo.

Entonces volvió a mirar el espejo, centrándose en esos dos ojos rojos. Esos ojos que, junto con su Cutie Mark, eran lo único que aún conservaba de su aspecto original. Entonces una ligera sonrisa asomó en su boca. Una sonrisa que fue creciendo hasta el punto de retraer sus belfos y prácticamente descoyuntar su mandíbula. Acababa de descubrir qué es lo que podría hacer para salir victoriosa de este gran órdago que le acababa de mandar Celestia. Y lo llevaría a la práctica hasta las últimas consecuencias, pasase lo que pasase.

Northwest Mines Town era su reino, y Celestia, allí, no tenía poder.


Los edificios que conformaban Ponyville eran realmente pequeños. Y más aún así lo parecía si se miraba desde el cielo, tal como lo estaban haciendo Polished Emerald, Shining Armor y los cuatro pegasos que tiraban del Carro Real. La anciana se asomó por uno de los laterales, maravillada por la exuberante vida que ofrecía el pueblo, visible incluso a esa altura. Shining Armor, sin embargo, permaneció impasible en el centro del carruaje. Sabía que allá abajo, en algún lugar, su hermanita estaría probablemente estudiando, pero él no quería arriesgarse a observar por encima de la barandilla, por si acaso lograba verla. Debía reconocer que era muy difícil mantener la compostura, y que lo que más deseaba era bajar y pasar unas cuantas horas junto a su pequeña pariente, pero tenía una misión y, por mucho que le pesase, debía obedecer las órdenes.

—¿Faltará mucho para llegar al destino? —preguntó al aire, dejando pasar un leve deje de inquietud.

—Acabamos de pasar la mitad del recorrido, Capitán —respondió uno de los pegasos.

Shining Armor suspiró en silencio. Quería dejar atrás Ponyville lo antes posible.


Con una exhalación triste, Feather abrió la puerta de la Central de Correos de Ponyville. Afortunadamente para ella, en el interior del edificio había un gran bullicio, por lo que quizás podía pasar desapercibida. Poco a poco se fue acercando al mostrador de empleados pero, a mitad de camino, una voz atronadora la paró en seco:

—¡Vaya, vaya! —rugió alguien—. ¡Al fin apareces!

Con una mezcla de miedo y vergüenza, la pegaso-cartero se giró lentamente. Un poni de tierra entrado en años, de cuero azul y crin blanquecina, le miraba con gesto autoritario.

—Lo... Lo siento... —se atrevió a decir Feather.

—¡Llevamos más de media hora intentando contactar contigo! —espetó el semental—. ¿Sabes lo que eso significa?

—Lo... Lo siento... —repitió la amarillenta pegaso.

—¡Cuando el avisador suena, debes dejar absolutamente todo lo que estés haciendo y venir directamente a recoger el envío urgente! —el poni de tierra ignoró las palabras de la yegua y siguió hablando—. ¿¡Lo has entendido!?

—S... Sí —musitó Feather, agachando su cuerpo en señal de sumisa obediencia.

—¡Deberías saber ya que ese avisador es único! —explicó el semental—. Cuando te trasladaron a tu puesto actual, se te concedió esa mejora. Y el hecho de dártelo fue una orden proveniente del Palacio Real. ¿Tienes idea lo que eso significa?

—No... No —la pegaso-cartero cerró los ojos para evitar que las lágrimas aflorasen.

—¡Pues que los envíos urgentes a tu zona son especiales...! —los ojos del azulado poni se clavaron aún más en la yegua—. Pero veo que es inútil explicarte algo tan básico, tan inútil como lo eres tú...

Una tos simulada surgió por detrás de Feather, lo que hizo que ésta girase ligeramente la cabeza, a la vez que abría lentamente sus ojos. Una grisácea unicornio, algo más joven que el semental, miraba a éste con reprobación.

—Postal Express —exclamó ésta—. ¿Acaso te tengo que recordar quién manda aquí? Además, aún estamos dentro del tiempo establecido para la gestión de un envío urgente, por lo que no hay absolutamente nada que reprochar a esta cartero.

—Gra... Gracias... —Feather se enderezó hasta volver a su posición normal y miró hacia la que parecía ser la jefa de la Central de Correos.

—De todas formas —la grisácea yegua siguió hablando, observando al poni con gesto cada vez más inquisitivo—, me parece que precisamente tú no eres el indicado para hablar de retrasos, ¿verdad, Señor "Lo haré mañana"?

El semblante del azulado semental se torció hasta convertirse en un rictus de desprecio, que dedicó tanto a Feather como a la unicornio. Entonces, farfullando para sí mismo, se dio la vuelta y se alejó.

—No te preocupes por él —comentó la grisácea yegua, mirando a la pegaso-cartero con una expresión conciliadora—. Ahora, pasemos a mi despacho...

La jefa de la Central de Correos comenzó a dirigirse al lugar que acababa de indicar, por lo que Feather tuvo que actuar rápidamente para situarse detrás de ella. El destino parecía ser un cuarto cerrado al fondo del edificio, separado del resto mediante unas cristaleras esmeriladas, que estaban unidas entre sí por unas juntas de oscura madera labrada. La puerta, a sintonía con el resto, era, a todas luces, demasiado regia y señorial para el lugar en el que estaba situada. Probablemente sería un resto de algún lujoso palacete adquirido por Correos de Equestria, o directamente por las arcas reales.

—Bien —exclamó de repente la unicornio, asustando ligeramente a Feather. Cuando ésta elevó la mirada, la grisácea yegua ya estaba sentada sobre una gran silla giratoria, que se encontraba situada detrás de una mesa del mismo material que la puerta, y la observaba muy seriamente—. Cierra la puerta, por favor.

Cuando la amarillenta pegaso lo hizo, la jefa de Correos la instó a que ocupara una pequeña silla para empleados, que se veía a todas luces incómoda. Sin pensarlo dos veces, Feather se sentó y notó que la sensación de incomodidad que había supuesto con respecto al asiento había sido acertada.

—Antes de empezar —siguió hablando la grisácea yegua—, quisiera saber exactamente cuánto tiempo te ha llevado venir hasta aquí —entonces, sin esperar respuesta, abrió un cajón y sacó un pequeño reloj analógico, cuyas agujas señalaban las doce.

—Unos… —la pegaso-cartero pensó durante un instante— diecisiete minutos…

La unicornio ajustó el cronómetro, de tal forma que la saeta mayor apuntó a las cinco y, apretando un botón en la parte superior de la esfera, puso en marcha el pequeño artilugio.

—Bien, entonces tenemos aproximadamente siete minutos para charlar —declaró—. Para agilizar, deberías ir sacando todos los envíos que tengas —señaló el zurrón que portaba Feather— y ponerlos sobre la mesa. Cuando salgas por la puerta, yo misma procederé a su procesamiento.

Con la máxima celeridad posible, la amarillenta pegaso vació las alforjas sobre la mesa, poniendo sobre ésta unas pocas cartas y un pequeño paquete.

—Veo que ni siquiera lo has traído —la jefa de Correos arrugó el morro. Entonces se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre el tablero de la mesa, juntando los cascos justo debajo de su barbilla, que apoyó sobre las extremidades—. A pesar de que Postal Express se ha extralimitado en sus funciones, tiene razón en una cosa: el avisador es crucial.

+Si echas un vistazo a tu alrededor, notarás que, a pesar de que estamos situados en un pequeño pueblo, la cantidad de trabajo que hay es exorbitante —la unicornio se inclinó hacia adelante aún más, para enfatizar sus palabras—. Eso es porque, desde aquí, controlamos el correo que se distribuye hacia el oeste de Equestria: Manehattan, Fillydelphia, Cloudsdale, Mareheim... incluso Stableside depende de nosotros. Por supuesto, también Ponyville... y Northwest Mines Town. Pero, a pesar de todo, solo hay un avisador en toda la zona oeste de Equestria, el tuyo.

Feather abrió los ojos, sorprendida.

+Por eso es muy importante que sepas lo que tienes entre los cascos —siguió hablando la jefa de Correos—. Es responsabilidad tuya corresponder con presteza cualquier llamada que se te haga. De hecho, quizás te convendría saber que ese aparato ha sido un regalo enviado expresamente desde el Palacio Real para ti, por ser la cartero oficial de Nortwest Mines Town.

La amarillenta pegaso bajó la mirada, insegura. "¿Desde cuándo soy yo tan importante?", pensó.

—Pero eso no es todo —alegó la unicornio—. El envío por el que te hemos llamado es... —pensó durante un instante— "inusual".

Feather se quedó pensativa... ¿Qué había querido decir la jefa de Correos con eso de "inusual"?

—De todas formas —continuó explicando la grisácea yegua—, confío en ti. Ya lo hice en el pasado y lo sigo haciendo ahora...

—Gra... Gracias —balbuceó la pegaso-cartero.

—He sido yo quien te ha propuesto para las Olimpiadas de Carteros —comentó la unicornio—, porque sé que tienes un espíritu luchador. Eso sí, debes entender que me arriesgo mucho con ello. Después de lo ocurrido hace tres años, nadie daba un comino por ti... Nadie, excepto yo —volvió a inclinarse hacia adelante y miró a la amarillenta yegua con ojos entrecerrados—. Espero que no hagas otra tontería este año, porque esta vez no solo caerías tú.

+En fin... —volvió a recostarse en la silla—. Afortunadamente, por lo visto no soy la única a la que caes en gracia: desde el mismísimo Palacio Real hay alguien que se preocupa por ti. He intentado recabar información sobre quién es por los cauces habituales, pero simplemente mis esfuerzos se ven bloqueados en el punto final.

—Entonces... ¿quién puede ser...? —Feather estaba elucubrando rápidamente sobre quién podría ser su ángel de la guarda.

—¿No lo ves? —preguntó irónicamente la jefa de Correos—. Solo alguien con mucho poder es capaz de evitar que la información que maneja Correos de Equestria le haga salir a la luz... Y ese grupo es muy reducido en Equestria. Y solo se me ocurren cinco seres capaces de lograr ocultarse de esa forma a plena vista: El Príncipe Blueblood, el Capitán de la Guardia Real Shining Armor, su prometida "Mi Amore Cadenza", "Número Dos", y la propia Princesa Celestia.

La pegaso-cartero se estremeció en el asiento al recibir esa información. Por lo visto no solo alguien intentaba reencumbrarla de nuevo hacia el éxito, sino que quien lo hacía era uno de los ponis más poderosos de toda Equestria. Puede que incluso la propia Princesa Celestia fuese quien, desde la distancia, la animaba y allanaba su tortuoso camino hacia la cumbre de la gloria.

+Pero desgraciadamente observo que los esfuerzos que se están dedicando en ti no obtienen frutos... —la unicornio sacó a Feather de su ensoñación, y ésta descubrió que la estaba señalando directamente—. No parece que estés entrenando mucho para las Olimpiadas de Carteros...

—Le prometo que hago todo lo posible para estar en forma —alegó la amarillenta yegua, con un deje de rabia en su voz y en sus gestos.

—¡Ah, al fin muestras algo de asertividad! —exclamó la jefa de Correos—. ¡Lástima que hayas decidido hacerlo para atacarme! —entonces volvió a relajarse—. Yo no soy tu enemiga, únicamente soy la que recalco que ésta es quizá tu última oportunidad. Se barajan muchas opciones en las Olimpiadas, y deberías saber que volver a abandonar la competición sería algo funesto para muchos ponis, entre ellos aquél o aquella que te avala desde Canterlot, o yo misma. Pero, sin duda, la peor parte del golpe recaería en ti. Y otros muchos esperan que caigas para abalanzarse sobre tu cuerpo, como lo haría una bandada de buitres ante un festín de deshechos. En tus cascos está el hacer que se vayan con el rabo entre las patas.

+Por eso mismo debes entrenarte a fondo. Solo logrando una gran clasificación en esos juegos lograrás acallar muchas voces discordantes... —la grisácea unicornio observó un gesto de inquietud en la pegaso y, con una voz más calmada, continuó hablando—. Tienes que comprender que la elección de destinarte a Northwest Mines Town fue altamente discutida en las altas esferas. Ese pueblo es una perita en dulce, un paraíso para un cartero, y el hecho de designarte allí hace dos años y medio, después de lo ocurrido seis meses antes, reavivó las iras de muchos ponis... y alguno de ellos aún hoy está muy bien situado.

+Aunque recalco lo que dije antes... Confío en ti, y confío en que sabrás emplearte a fondo antes y durante las Olimpiadas. Por ejemplo, sé que hiciste un gran trabajo en el último Winter Wrap Up que hubo aquí, abarcando tú sola un gran trabajo, logrando repartir una inmensa cantidad de correo en un tiempo muy reducido. Lástima que yo tuviese que encargarme de Fillydelphia, me habría gustado ver con mis propios ojos cómo te desenvolvías...

Feather abrió la boca para responder, pero alguien llamó a la puerta.

—¡Directora, el envío urgente para Northwest Mines Town está correctamente procesado! —se oyó desde el otro lado de la puerta.

—Muy buenas noticias —exclamó ésta, dirigiéndose hacia Feather—. Dos minutos antes de lo convenido. Profesionalidad ante todo.

Entonces la jefa de Correos hizo un gesto para que la pegaso-cartero abandonase el despacho. Ésta lo hizo sin prestar atención, pues estaba aturullada, intentando procesar la información que acababa de recibir. Dudaba entre qué era más importante, si el saber que desde el Palacio habían movido hilos para que ella recalase en el destino en el que estaba, o descubrir la existencia de ponis que conspiraban en secreto para hacerla caer.

—Aquí tienes —dijo la misma voz de antes. Ésta correspondía a una joven yegua de tierra, cuyo color violáceo hacía juego con sus ojos, además de con su Cutie Mark, una carta enrollada con una cinta violeta. Entonces la pequeña potrilla miró a Feather y, sonriendo, exclamó—. No te preocupes, Golden Stamp puede parecer inflexible, pero sé que, en el fondo, nos aprecia.

En ese momento le tendió un pequeño pergamino enrollado con un cordel y sellado con el lacre de la Casa Real de Equestria. Con un pequeño titubeo, la amarillenta pegaso cogió el documento y lo guardó con cuidado en el zurrón.

—Muchas gracias —Feather se atrevió a decir finalmente.

—De nada —respondió la joven yegua—. Al fin alguien me agradece el trabajo —alegó, sonriendo y hablando al aire—. El que trajo el pergamino, un pequeño dragón llamado Spike, que siempre me trata bien, hoy estaba refunfuñando cosas como "No debería ser usado para esto" y "Espero que DE VERDAD sea algo urgente". Pero en fin... Supongo que debía tener un mal día, ¿no? —comentó, sonriendo de forma muy pronunciada.

—¡Han pasado los dos minutos! —gritó Golden Stamp, que se había asomado por la puerta del despacho—. ¡Recordad, profesionalidad ante todo!

Feather respondió con dos sendos gestos de cabeza, uno de agradecimiento hacia la pequeña poni de tierra, y otro de acatamiento sobre Golden Stamp. A continuación estiró las alas y, mediante un pausado pero enérgico aleteo, se elevó sobre el suelo y empezó a enfilar hacia la puerta, dispuesta a salir de la central de Correos con rapidez.

—¡Espera! —chilló la potrilla violeta—. ¡No te he dicho para quién es el envío!

La pegaso-cartero frenó hasta mantenerse estática en el aire y giró la cabeza, esperando.

—¡La destinatario es Shiny Eyes, de Northwest Mines Town! —terminó de comentar la pequeña yegua.

Después de escuchar ese nombre, Feather sonrió. El certificado especial era para una de sus mejores amigas, e intuía que el contenido de ese papiro tenía mucho que ver con la abuela de su dorada compañera. Entonces volvió a acelerar el vuelo, pues la puerta del edificio había sido abierta mediante la magia del recepcionista, un verdoso unicornio.

Feather estaba decidida. Decidida a entrenar. Decidida a superarse. Decidida a hacer el mejor papel de su vida en las Olimpiadas de Carteros. Y, sobre todo, estaba decidida a acallar unas cuantas bocas.

—¡Y allá va una auténtica profesional! —expresó Golden Stamp, acercándose a la violácea potrilla—. ¡Lástima que se esté echando a perder en ese pequeño pueblo!

—Señora Directora —comentó la potrilla violeta—, para usted todos son profesionales…

—Cuando tengas mi edad, Little Ribbon-Letter, comprenderás que todos aquellos que aún tengan ilusión por este trabajo, para ti serán auténticos profesionales… —fue la explicación de la grisácea unicornio.


Wise Words miraba preocupado hacia la calle, a través de la ventana del restaurante. Sentía que la aparente calma que últimamente reinaba en el pueblo pronto desaparecería, como si todo hubiese sido un sueño. Era quizás el olor de la tensión que se respiraba en el aire, o quizá la quietud frágil que podía notarse en cada esquina, o quizás… De todas formas, la actuación de Shiny Eyes esa mañana había sido bastante extraña… incluso para ser ella. Aunque esa joven pegaso era bastante madura la mayoría del tiempo, a veces se comportaba de forma extremadamente infantil, llegando a superar con creces la actuación general de Flashing Hooves.

Pero algo extraño estaba a punto de ocurrir, y le desesperaba ignorar qué era.

Entonces, apurando el último trago de la cerveza de Germaneigh, posó ruidosamente el vaso sobre el mostrador del restaurante y, con un suspiro, exclamó:

—Spoon, ¿qué se debe?

Sin esperar respuesta, dejó caer unas cuantas monedas al lado del jarro y salió del local, totalmente decidido. Era hora de enterarse qué es lo que iba a acontecer en Northwest Mines Town, y empezaría por preguntar a aquella que parecía saber más del asunto: Shiny Eyes.


Shining Armor calculó, a bote pronto, que estarían más o menos a mitad de camino, contando desde Ponyville hasta su destino. Tuvo que reconocer que deseaba llegar a ese pequeño pueblo, sobre todo porque, aparte de que el trayecto había sido bastante cansado, la anciana a la que debía acompañar y proteger se encontraba completamente ilusionada, mirando con alegría todo el paisaje, que se había convertido en una amalgama de piedras y rocas baldías, asemejándose a un panorama apocalíptico, tal como describían el mundo futuro los escritores de historias de ficción.

—¡Ya estamos cerca! —exclamó Polished Emerald, con patente excitación.

El blanquecino unicornio sonrió, satisfecho. Definitivamente, lo que importaba no era la edad, sino las sensaciones que hubiese en el corazón, y aquella anciana estaba realmente ansiosa por llegar.

—Tranquila —comentó, con una expresión que intentaba manifestar calma—. Aún queda un buen trecho.

—No puedo esperar a llegar y reunirme con… —empezó a decir la anciana, pero súbitamente paró y, trastabillando, se sujetó al lateral del carro, para impedir caer al suelo o, peor aún, a la nada. Algo, sin previo aviso, había hecho tambalear el carruaje con inusitada violencia, aunque a la vez con suavidad, como si fuese el movimiento de un repentino pero ligero oleaje incidiendo sobre el casco de un velero.

Cuando Polished consiguió restablecer su posición original, miró hacia abajo, al igual que hizo Shining Armor, que también había sido afectado por el extraño vaivén. Lo único que lograron ver fue una estela amarillenta mezclada con franjas moradas, situada apenas a tres metros por debajo. Fuese quien fuese el autor de ese rastro, iba verdaderamente rápido.

—¡Por la sagrada Princesa Celestia! —exclamó la pegaso de color esmeralda—. ¡Podía habernos matado! ¿¡Pero qué le pasa a los ponis de hoy en día!?

—Seguramente no nos haya visto —respondió Shining Armor—. A esa velocidad, posiblemente solo esté centrado en lo que tiene delante de sus ojos.

—¡Pues podía mirar hacia arriba! —bramó Polished, indignada.

—Perdone, señora —intervino el pegaso-guía que tiraba del Carro Real—, pero si alguien tuviese la osadía de elevar la cabeza con esa aceleración, ésta sería arrancada de cuajo.

—Tiene razón mi compañero —terció otro de los pegasos—. Es algo básico que nos enseñan a los pegasos en la Academia.

—"Si quieres atacar, vista al frente y acelerar" —otro de los tiradores decidió meterse también en la conversación, comentando lo que sin duda era el resumen de una lección convertido en una escueta frase.

El cuarto soldado abrió la boca para hablar, pero Shining Armor, entrecerrando los ojos, decidió zanjar la conversación:

—¡Cesad esta estúpida cháchara! —ordenó—. Estáis asustando a la pobre dama.

Los cuatro guardias callaron al instante pero, tras unos segundos, el guía decidió volver a parlamentar:

—Mi Capitán —exclamó—. Solo conozco un reducido grupo de ponis capaz de hacer una estela a su paso: un deportista entrenando, un pegaso-cartero llevando el correo entre ciudades… y un soldado en misión urgente…

Shining Armor intuía lo a dónde quería llegar el pegaso con esas palabras.

+Sin embargo —continuó hablando el mismo semental—, la velocidad con la que iba era de Nivel Tres, por lo que no puede ser un deportista profesional, ya que no bajan de velocidades de Nivel Cuatro, además de que incluso un atleta amateur ya hace suficiente entrenamiento de cuello como para poder girar la cabeza a esa rapidez, y nos habría visto. Y tampoco puede ser un pegaso-cartero, pues el horario de reparto que tienen es por la mañana... Lo sé porque mi compañero de litera es el encargado del correo ordinario en la Academia. Por lo tanto, solo puede ser un soldado.

El blanco unicornio supo perfectamente lo que quería expresar el pegaso. De todas formas, aunque él sabía que esa estela era sin duda del pegaso-cartero que transportaba el mensaje urgente que la Princesa Celestia había escrito a quien quiera que estuviese esperándoles, estaba cansado del insulso viaje, por lo que optó por seguirle el juego al pegaso.

—¡Entonces, soldados —exclamó—, acelerad el vuelo! ¡Hemos de estar en el lugar de destino lo antes posible, pues es probable que ese soldado nos necesite cuanto antes!

Con una sonrisa, el guía gruñó y empezó a acelerar. Los otros tres portadores bramaron a su vez y le acompañaron en la arrancada. Entonces, tanto Polished como, en menor medida, Shining Armor, se agarraron fuertemente a los enganches del carro, para aguantar la gran aceleración.


Knowledge apretó su espalda contra la pared y, acercándose a la esquina de la casa, se asomó tímidamente y observó el panorama: Flashing seguía trasteando en su puesto callejero, preparando, sin duda, uno de sus famosos trucos, ajena completamente a lo que iba a acontecer.

"Perfecto", pensó la historiadora, deslizándose a continuación, y sin separarse de la pared, hasta el lado contrario de la vivienda.

Desde la otra esquina, por la cual también echó un vistazo, para cerciorarse de que Shadow seguía en el interior de la herrería aunque, al hacerlo, oyó por primera vez el constante golpeteo del metal contra metal, que indicaba el duro trabajo que la herrero sin duda estaba realizando.

"Perfecto", se dijo a sí misma, justo antes de pasar furtivamente pero con rapidez a la siguiente casa.

Y, cruzando por detrás de cada edificio, llegó hasta los límites exteriores del pueblo, cerca ya del giro que señalaba el camino hacia la encrucijada. Asomándose de nuevo, se aseguró nuevamente que, tanto Flashing como Shadow, seguían aún en sus mismos puestos. Entonces cruzó la calle al galope, hasta la misma casa de la fila contraria, posicionándose justo después en el lado exterior de la vivienda, donde no podrían verla.

Siguió avanzando, esta vez en sentido contrario, cuando oyó claramente a la prestidigitadora anunciar a los cuatro vientos una ejecución de su próxima actuación. Sonrió, sabiendo que, aunque la tenía justo delante, ésta ignoraría lo que iba a hacer.

Y llegó a su destino: el hogar de Flashing Hooves. Con sumo cuidado, rodeó la pared y, cuidando nuevamente de no ser descubierta, oteó las ventanas. Una de ellas, en la parte baja, parecía estar ligeramente abierta, por lo que, sin dudar, se acercó a ella. Volteando la cabeza, se aseguró una vez más que, tanto la potrilla como Shadow, seguían ensimismadas en sus respectivas tareas. Sin embargo, al fijar su mirada en la herrería, le pareció ver, durante un instante, a la herrero en la entrada, quien a su vez, aparentaba estar devolviéndole la mirada. Pero ya era tarde para echarse atrás, por lo que optó por subir de sopetón la hoja de la ventana y entrar rápidamente al interior.

Iba a conseguir esa ballesta, costase lo que costase.


Shadow Hammer golpeaba el metal candente apresudadamente, sin dejar apenas tiempo para que el zapapico sobre el que estaba trabajando se enfriase. Debía hacerlo rápidamente, pues había perdido mucho tiempo intentando que tanto Flashing como Knowledge entrasen en razón.

Pero, por fortuna, ya estaba trabajando con la última serie de herramientas que necesitarían los mineros al día siguiente. Metió el hierro candente en el agua y acompañó el siseo que se produjo con un suspiro. No se sentía aliviada: seguramente la disputa entre sus dos amigas no había terminado, y la tregua que ambas habían jurado mantener no dudaría ni siquiera unas horas. Entonces, aprovechando que el horno de secado aún seguía caliente, introdujo la piqueta en su interior.

Al cerrar la puerta del asadero, miró hacia fuera de la herrería, pensativa. Debía vigilar a las otras dos, y tenía que hacerlo lo antes posible. Completamente decidida, entró en el pequeño cuarto del fondo y sacó de allí un pequeño maletín. A continuación lo abrió, descubriendo un minúsculo tocadiscos, que conectó al enchufe más cercano, y lo posicionó en el suelo de forma que su altavoz se dirigiese directamente hacia la calle. Por segunda vez volvió a entrar en el cuarto y salió de nuevo, esta vez acarreando un álbum de vinilo. Antes de sacar el disco de la funda miró la portada, haciendo que una sonrisa aflorase en su rostro. Sobre un fondo negro, salpicado de óvalos de distintos y vivos colores, una blanca unicornio de crines azul y turquesa, y extrañas gafas a juego, sonreía orgullosa desde detrás de una mesa de disk-jockey. Las grandes letras blancas que había en la parte superior de la imagen despejaban las pocas dudas que podían plantearse con el resto de la imagen: "DJ Pon3 - Wub Wub Wub".

A continuación miró la contraportada, y su sonrisa se hizo más pronunciada. Además de la lista de canciones e información de la discográfica, había escrito, a casco, una dedicatoria: "Gracias por proporcionarme esa gran base musical. Me encanta. Te debo una, S.H. Firmado, Vinyl Scratch".

Mientras colocaba el disco en el plato, y ponía el brazo lector sobre una pista en concreto, empezó a recordar cómo esa disk-jockey había sido contratada semanas antes para actuar en el pueblo, con motivo de la reinauguración de Cirrus Merlon. También rememoró el momento en el que, después de la actuación, ésta artista se había sorprendido y alegrado a partes iguales al saber que ella era herrero. Asimismo, evocó cómo, poco tiempo después, recibió una carta suya pidiéndole una grabación "especial", algo a lo que accedió sin dudar. Y, por último, a su mente acudieron las imágenes de unos días más tarde, cuando recibió un paquete que contenía ese disco y una pequeña carta "Eres genial. Sin ti, esto no habría podido hacerse. Disfruta de la buena música que está contenida en este vinilo. Úsalo sabiamente".

Mientras ponía en marcha el rotor del aparato, Shadow no pudo evitar pensar "Créeme, Vinyl, seguramente nunca un disco tuyo ha sido usado más sabiamente que ahora". En ese momento, un estruendo cacofónico de incesantes martilleos, siseos y fogonazos surgió del altavoz. Era el vivo sonido de un día de duro trabajo en la herrería.

Y volvió a sonreír. Ahora podría vigilar tanto a Knowledge como a Flashing, e impedir así que alguna de las dos hiciese una tontería. Se posicionó en la parte interior de la entrada y ojeó el pueblo. Tardó poco en descubrir a la pequeña prestidigitadora, puesto que ésta estaba en su puesto callejero, deleitando a un gran grupo de ponis que veían ansiosos una serie de trucos mágicos. Volteó la mirada hasta hacer una panorámica del pueblo, intentando encontrar a la historiadora, pero ésta no parecía estar en la calle.

Sin embargo, justo antes de girarse para entrar de nuevo en la herrería, la descubrió merodeando junto a la casa de Flashing, escrutando minuciosamente una de las paredes. Entonces, como si Knowledge se hubiese dado cuenta, ladeó la cabeza hacia ella, cruzando en ese momento las miradas. Seguidamente, la blanca poni de tierra abrió rápidamente la ventana más cercana y entró al interior del edificio.

Shadow bufó. Knowledge acababa de allanar la casa de su mejor amiga. Algo que ella no iba a permitir. Saliendo al galope, se dirigió directamente hacia el lugar, dispuesta a hacerla entrar en razón, costase lo que costase.


Flashing Hooves, desde detrás de su tenderete, ultimaba los detalles para su próxima función. Debía demostrar a Knowledge que ella era muy capaz de hacer cualquier cosa que no conllevara peligro alguno. Decidió empezar la actuación con unos simples juegos de cartas, para continuar con una serie de desapariciones de pequeños objetos, y terminar con la levitación de una piedra de generosas dimensiones.

A viva voz, anunció el comienzo, esperando que los primeros curiosos se acercasen. Y, con una gran sonrisa en su cara, los empezó a recibir.

Sin embargo, cuando estaba a punto de terminar la función, observó, por detrás del ya numeroso grupo, cómo Shadow, completamente furiosa, se dirigía al galope hacia ella.

—¡Señoras y señores! —exclamó, impaciente—. ¡Lo sentimos mucho, pero por hoy esto ha sido todo!

Con gestos y resoplidos de desgana, los asistentes a la actuación se fueron dispersando poco a poco. Flashing aprovechó esos momentos de desconcierto para llamar la atención de Shadow.

Cuando ésta se acercó, frenándose, la pregunta de la pequeña prestidigitadora la anonadó:

—¿Ya ha entrado Knowledge a mi casa?

—¿Có... Cómo sabes eso? —inquirió la herrero, después de rehacerse.

—¡Muy fácil! —respondió la potrilla, cerrando los ojos y sonriendo—. ¡Porque eso mismo es lo que yo haría si fuese ella! —entonces, cambiando completamente de semblante a uno más sombrío, continuó—. Por eso le he dejado un pequeño... "regalo".

Abriendo los ojos como platos, Shadow miró hacia el hogar de la prestidigitadora, horrorizada. En ese momento, un grito desgarrador surgió del interior de ésta.


Después de cruzar la ventana, Knowledge se apresuró a adentrarse en la casa, sabiendo que, si alguien había visto algo, sin duda se acercaría. Sobre todo, dudaba de Shadow Hammer, a quien creyó observarla de forma inquisitiva. Fuese como fuese, debía apartarse de la entrada, lo que hizo de forma instintiva.

Ya en el otro lado de la cuarto, se giró para observar el lugar. Esta resultó ser la habitación de Flashing. Con rapidez, miró por debajo de la cama y, al no descubrir nada de interés entre las centenares de cosas que la descuidada prestidigitadora ocultaba en dicho lugar, decidió buscar en el resto de la casa, para volver de nuevo allí si no encontraba la ballesta.

Entró al pasillo, y de allí al salón principal. Entonces se quedó completamente quieta, como si estuviese petrificada: apoyada cuidadosamente sobre la pared, "Betty" lucía verdaderamente hermosa. De hecho, podía incluso sentir cómo, mediante un continuo pero apenas imperceptible cambio de iluminación, un halo brillante recorría toda la superficie del arma, como si ésta quisiese llamar su atención, para enamorarla con su aspecto adónico, mientras una música celestial parecía escucharse de fondo, terminando de llenar de júbilo el corazón de la historiadora.

Knowledge decidió en ese momento que no iba a destruir esa obra maravillosa, sino que la colocaría en un lugar privilegiado de su sala de armas, atesorándola como lo que era, un objeto que debía venerarse. Poco a poco, empezó a acercarse a ella, mientras su boca empezaba a llenarse de saliva, gustosa de volver a poseer lo que siempre debió haber sido suyo.

Súbitamente, una lluvia de pequeños guijarros cayó del techo, haciendo que la blanca poni de tierra pegase un brinco. Pero eso no fue lo peor, sino que, mientras las minúsculas piedras iban rebotando por el suelo, la ballesta poco a poco desaparecía, como si el sonido tosco y repetitivo del golpeo entre el mineral y el piso la hubiese aterrado y estuviese huyendo del lugar.

Knowledge se dejó caer al suelo, completamente derrotada. Entonces, desde el fondo de su alma, un grito brotó con gran fuerza. Un grito que era una mezcla de tristeza y odio.


Poco tiempo le había durado la euforia a Shiny Eyes. Ahora, más que nunca, estaba convencida de que su abuela jamás se presentaría en Northwest Mines Town. Y la culpa de todo, estaba segura, debían ser las descripciones del pueblo y de los ponis que exponía en las cartas. Por lo tanto, se sentía responsable de que su antepasada no quisiese pisar tal lugar.

Asió la manija de la puerta del restaurante y empujó con fuerza, a la vez que intentó entrar con su cuerpo, pero la puerta estaba bloqueada. Miró hacia dentro, extrañada de que a esa hora el establecimiento estuviese cerrado. Sin embargo, observó en el interior cómo unos cuantos ponis desayunaban. Giró la cabeza para enfocar la barra y observó cómo Spoon Giddy hacía gestos mientras le devolvía la mirada. Entonces la dorada pegaso, bufando ligeramente, tiró de la puerta y ésta se abrió.

—Lo siento, Shiny —comentó el cocinero—, pero he tenido que cambiar la orientación de las bisagras, para ajustar el restaurante a la nueva normativa contra incendios. Y las señales de "Tirar" y "Empujar" que debo poner en la puerta aún no me han llegado… En el próximo descanso me acercaré a la herrería para pedir a Shadow que me hagan unas provisionales.

La joyero apenas escuchó la explicación. Lo único que tenía en mente era la decisión de qué bebida debía pedir para olvidar la espiral de problemas en que se hallaba sumida. Se sentó en una de las mesas situadas junto a las ventanas y solicitó en alto "algo que la hiciese sentir mejor", sin prestar mucha atención a sus propias palabras. Tampoco hizo caso de las socarronas risas de los dos mineros de la mesa de al lado. De hecho, ni siquiera prestó atención a las miradas lascivas y jocosas que éstos lanzaron hacia ella, acompañadas de comentarios pervertidos sobre elementos masculinos y femeninos y de cómo su unión podían hacer sentir a cualquiera mucho, pero mucho mejor. De hecho, los dos sementales decían prestarse gustosamente a llevar a la práctica con ella sus comentarios.

—Por favor, "señores" —indicó de mala gana Spoon Giddy, mientras le llevaba a Shiny un botellín de cerveza de graduación media—, dejen en paz a la dama.

Dejó la bebida y un vaso en la mesa sobre la que se estaba apoyando la dorada pegaso. Ésta estaba alicaída y ajena a la realidad, por lo que el semental decidió sentarse en el asiento que estaba delante de ella y charlar un rato, para ver si podía animarla.

—Un bit por tus pensamientos —comentó, acompañando sus palabras con una cálida sonrisa.

Ignorándole, Shiny cogió el botellín y dio un gran trago. A continuación, sus iris se empequeñecieron y, escupiendo el contenido de su boca, tosió durante varios segundos.

—¡Te he pedido algo que me hiciese sentir mejor! —se quejó la joyero, una vez recuperada—. ¡No algo que me mate!

—¡Vamos, vamos! —respondió Spoon—. Si es una cerveza muy suave… Pero el truco es que hay que degustarla, no beberla de un trago.

—¡Déjame en paz! —contestó de mala gana la dorada pegaso, rodeando su cuerpo hasta volverla hacia el ventanal que tenía a la izquierda.

—Sabes que, pase lo que pase, puedes contar conmigo —comentó el camarero, sin perder la sonrisa.

—No quiero hablar, en serio… —declaró Shiny, girándose de nuevo, hasta enfocar directamente al semental—. Muchas gracias, pero a menos que puedas ir a Canterlot y decirle a la Princesa Celestia que… —entonces paró. Estaba dando demasiada información.

—Como bien diría Wise Words —dijo Spoon, suavizando aún más sus palabras—: "La carga que se comparte es más liviano para cada portador".

—Pero también es cierto que "Mientras ocultes un secreto, tú eres su amo y le dominas, pero si lo liberas, te conviertes en su esclavo y él te domina a ti" —dijo una voz en la entrada del restaurante. Tanto Spoon como Shiny miraron al autor de esas palabras: Wise Words, quien estaba sonriendo. Sin embargo, su posición a contraluz convertía su sonrisa de superioridad en una oscura, tétrica y perversa…—. Lo de siempre, Spoon —declaró, mientras caminaba hacia la mesa donde éste y Shiny estaban.

El aludido se levantó de forma reticente, pero con celeridad, mientras dirigía una mirada preocupada hacia el recién llegado.

—Hola Shiny —exclamó Wise, sentándose enfrente de ella, justo donde Spoon había estado situado momentos antes—. ¿Estás bien?

—No, no lo estoy… —respondió la dorada pegaso, cruzándose de patas—. ¿Por qué todo el mundo me pregunta si me pasa algo?

—Porque se te nota alicaída, titubeante, con mala cara… —admitió el grisáceo semental—. Pero puedes confiar en mí, porque haré todo lo que esté en mi casco para ayudarte…

—¿No has dicho hace un momento que si revelo un secreto, éste se apoderará de mi vida y me martirizará? —inquirió Shiny, alzando la vista hasta mirar al poni.

—Del dicho al hecho, hay un buen trecho —contestó Wise—. De todas formas, no creo que el decirlo te haga mal, sino todo lo contrario. Hay secretos que hacen daño a quien lo guarda, y este parece ser tu caso.

Shiny se quedó pensativa durante un instante, sopesando los pros y los contras que conllevaría decir lo que le afligía. Entonces, haciendo un gesto de asentimiento, encaró al poni de tierra y, mientras se le humedecían los ojos, confesó:

—Mi abuela trabaja en Canterlot, en el Palacio Real —bajó la mirada—. Es a la que le escribo cartas. Después de mucho tiempo, iba a venir a visitarme, pues prometió hacerlo cuando estuviese establecida en un lugar... Y, de hecho, hoy era el día convenido... Pero no puede venir —puso las patas delanteras sobre la mesa y recostó la cabeza entre ellas—. Por lo visto, la Princesa Celestia la ha sobrecargado de trabajo y ha impedido que nos podamos ver…

Wise levantó una ceja, ligeramente preocupado. No era propio de la Princesa Celestia hacer romper una promesa, y aún era más extraño que se interpusiera en un encuentro en el que estaba involucrada una de las seis yeguas de Northwest Mines Town. Sin duda, era un gran paso atrás en la evolución para el grupo pues, para que todo funcionase, todas las integrantes debían estar lo más a la par posible.

—Estoy seguro de que este asunto se resolverá en breve —manifestó el grisáceo semental—. Si hay algo que caracteriza a Celestia, es que sopesa cada posibilidad y decide lo mejor para todos y cada uno de sus súbditos. Algo parecido a lo que hace Gentle, pero a mayor escala.

Shiny, al escuchar el nombre de su amiga, pareció animarse ligeramente.

—Precisamente Gentle me ha dicho lo mismo que tú —dijo—, que mi abuela vendría pronto. Sin embargo, ella ha dicho algo distinto de la Princesa… Incluso la ha llamado…

Un grito resonó en el lugar. Un chillido que provenía de fuera del restaurante. Un alarido que cortó toda conversación que había en Northwest Mines Town. Con presteza, todos los presentes se levantaron, visiblemente alterados por lo ocurrido. Salieron del lugar y miraron los alrededores. Entonces se dieron cuenta, a raíz de la consecución de las miradas que confluían en el mismo sitio, el punto origen del aterrador lamento: la casa de Flashing Hooves.


Tanto Shadow como la pequeña prestidigitadora llegaron a la puerta del hogar de esta última. Con lentitud parmoniosa, algo que casi hizo sacar a la herrero de sus casillas, la potrilla unicornio movió el felpudo que había delante de la entrada, cogió una llave y la metió en la cerradura, abriendo la puerta a continuación.

Shadow entonces empujó a la pequeña yegua y entró rauda al interior de la casa, buscando a la Knowledge. La encontró en el salón, llorando cabizbaja. Se frenó, para acercarse a ella con gesto conciliador pero, cuando Knowledge levantó la cabeza, la herrero se asustó: la blanca yegua tenía la cara desencajada, con unos ojos que evocaban una frialdad mortal, aunque a la vez anhelaban un deseo largamente esperado que nunca encontraría una existencia física. Su mandíbula, temblorosa, fue incapaz de articular palabra. A cambio, un gañido pasó a través de ella. Instintivamente, Shadow se acercó a ella y la abrazó en silencio, como si, a través de este gesto, quisiera transmitirle el calor de su cuerpo y, de esa forma, aliviar la helada sensación que sin duda debía tener su fragmentada alma.

Flashing se asomó entonces por el umbral de la puerta, ligeramente preocupada por su amiga, aunque más bien lo estaba por las posibles consecuencias que ésta tendría contra ella.

Knowledge, mientras sentía el abrazo de la herrero, abrió levemente los ojos y vio, primero por el rabillo del ojo, y después enfocándola directamente, a la prestidigitadora. Entonces sus pupilas se inyectaron en sangre, sus belfos se retrajeron hasta dejar sonar un crujido y, de su hocico, salió una leve humareda negruzca. Sin miramientos, apartó a Shadow hacia un lateral y, avanzando hacia la potrilla, gritó enloquecida:

—¡Maldita puerca! ¿¡Dónde has puesto a "Betty!? ¿¡DÓNDE!?

La pequeña yegua se quedó petrificada, incapaz de retroceder. Su amiga estaba realmente afectada, hasta el punto de haber llegado a insultarla. Lo único que Flashing logró hacer fue levantar su pata y señalar el suelo de la habitación. Knowledge volteó rápidamente su cabeza y entonces lo vio, a la vez que Shadow también lo hizo: en la parte central de la sala, las piedras, que habían caído aparentemente sin orden, formaban ahora una escueta frase sobre el suelo: "No te esfuerces, no está aquí".

Volviendo a bufar de rabia, la historiadora se giró de nuevo, para encararse otra vez a la potrilla unicornio, pero, cuando miró hacia el umbral de la puerta, ésta ya no estaba.

CONTINUARÁ

Next Chapter: 1x15 - Visita (in)esperada - Parte 3 Estimated time remaining: 0 Minutes
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